(3) LA DUQUESA DE LANGEAIS, de Jacques Rivette.

EL LABERINTO DEL AMOR
El cine del francés Jacques Rivette nunca pretendió complacer al público sino alcanzar el máximo rigor expresivo por medio de una investigación formal que lo relaciona antes con el poliédrico Godard que con el más lineal y naturalista Truffaut. En La duquesa de Langeais adapta la novela homónima de Honoré de Balzac (1799-1850) que, editada en 1834 e incluida posteriormente en el bloque “La comedia humana”, narra las turbulentas relaciones entre el joven general Armand de Montriveau y la duquesa Antoinette de Langeais en el contexto de la Restauración borbónica de 1814.
Más atento a la vida privada de los protagonistas que al marco histórico y político de sus peripecias sentimentales, pero bastante fiel al texto de la obra literaria -una crónica de las costumbres y valores sociales de la época, lúcidamente reflejadas por este buen observador que fue el famoso aunque ideológicamente cambiante escritor francés-, el film de Rivette constituye en su parte central un amplio flashback que narra el encuentro y amores frustrados, cinco años antes, entre el seductor militar y la duquesa, dejando para el inicio la reclusión de la aristócrata como monja en un convento de Mallorca y para el epílogo el dramático desenlace.
Lo que hace de esta película una obra singular no sólo es la pericia del realizador para utilizar las elipsis y síntesis narrativas ni tampoco el erigir a la pareja protagonista encarnada por Guillaume Depardieu y Jeanne Balibar en elementos fundamentales a la hora de planificar la producción y de estructurar el realto, sino la manera de abordar este decimonónico drama romántico con modernos criterios fílmicos. El aséptico distanciamiento propiciado por la puesta en escena respeta la “letra” de la trama original pero altera su “espíritu” mediante una cámara austera y meramente presencial, la importancia de los decorados, los rótulos explicativos y la labor de los actores dirigidos con sobriedad, permitiendo contemplar los delirios afectivos de los protagonistas con la racionalidad propia de un testigo imparcial que ni siquiera se permite criticar explícitamente el moralismo, la hipocresía y la frivolidad imperantes entre las clases más altas del París postnapoleónico.
El cineasta invita al espectador a adoptar una actitud reflexiva ante el peligroso juego amoroso desplegado ante sus ojos: seducción y rechazo, curiosidad y coquetería, morbo y represión… con negativas consecuencias. Y de propina, permitirnos ver como actores de reparto a Michel Piccoli, Bulle Ogier y Barbet Schroeder.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.