(3) SHINE A LIGHT, de Martin Scorsese.

ROLLING STONES EN CONCIERTO
La mayoría de los materiales que componen esta nueva película de Scorsese proceden de los conciertos que los Rolling Stones dieron en otoño de 2006, en el curso de una gira por EE.UU., en el teatro Beacon de Nueva York, un local de no muy amplias dimensiones donde Bill Clinton quiso patrocinar el primero de ellos para celebrar su cumpleaños. Hay además unos prelimianres en que el realizador da instrucciones para el rodaje e intenta solucionar desde el monitor los problemas técnicos que planteaban las 18 cámaras dispuestas para la filmación y que estaban a cargo de excelentes directores de fotografía. por otra parte, y de manera inteligente, se insertan fragmentos de archivo de los años 60 y 70 con declaraciones de Mick Jagger y de Keith Richards en las que intentan predecir su futuro profesional, con escaso acierto como podemos comprobar pasados más de 40 años.
El documental, técnicamente irreprochable en cuanto a imagen y sonido, sitúa a Mick y a Keith en primera línea de actuación y bastante más discretos aparecen Ronnie Wood y Charlie Watts, todos ellos sesentones supervivientes de la época dorada del rock, una música que en su caso debe mucho al blues (Chuck Berry, Muddy Waters, etc.) aquí representado por Buddy Guy, que completa su brillante actuación como invitado con la aparición también extra de Jack White y de Christina Aguilera, acompañados todos ellos de una banda reforzada con cuatro metales y un trío vocal.
Más escépticos que idealistas desde sus inicios en 1962 ante los cambios socioculturales del mundo occidental, los Rolling Stones aún impresionan por el vitalismo y energía desplegados en sus espectáculos, por el ritmo contundente que despierta nuestras más atávicas pulsiones, por la placentera descarga de adrenalina que nos provocan, así como por el éxtasis que alcanzamos ante el aparente caos de una música que, gracias a su maestría intrumental y vocal, adquiere finalmente todo sentido: el de un potente clima sonoro que expresa rasgos del mundo contemporáneo. Y como añadido para nuestra diversión, con su carga de sensualidad y de autoparodia, las muecas, las poses, los desplantes y las carreritas de ese gran exhibicionista que es Mick Jagger.
Podrá objetarse al trabajo de Martin Scorsese que no ha tenido pretensión alguna de profundizar en el análisis sociológico o musical más allá del mero show y nos fastidia también que los distribuidores del film no se hayan molestado en subtitular las letras de las canciones, siempre tan provocadoras e irreverentes. Pero ahí están ellos, los Stones, convertidos quizás ya en sublimes caricaturas de sí mismos, con un envidiable humor y formidable forma física que no hace sospechar de la existencia de algún secreto pacto mefistotélico y con una calidad que nos remite a los mejores vinos, madurados durante años en barricas de roble. Ellos han logrado dar el paso de profesionales a artistas, de trabajadores a magos. Y no menor admiración por la aplicada labor de Scorsese, capaz de compaginar con éxito los meticulosos planes de rodaje con la imprevisible espontaneidad de los Stones y de ajustar la precisión óptima de las cámaras a sus incesantes movimientos en el escenario.
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