JESÚS MORA, DIRECTOR DE “VILLA TRANQUILA”

“EN SEGÚN QUÉ SITIOS, LA VIOLENCIA ES UNA ESTRATEGIA PARA SOBREVIVIR”
El realizador madrileño Jesús Mora insiste en la búsqueda de la verdad. No lo que se nos cuenta para tranquilizar nuestras conciencias, sino lo que no se ve porque se oculta tras un escenario de cartón piedra. Para narrarnos las miserias, morales y materiales, del ser humano, Jesús Mora se traslada a un paupérrimo barrio de Buenos Aires. Villa Tranquila, su cuarto largometraje, es un drama con inquietudes sociales que, en clave de western, narra la llegada de un extranjero a un lugar olvidado por el progreso.
¿Te planteaste desde el principio un film social?
El verdadero desafío en esta película ha sido poder expresar una sensación de realidad a través de la ficción. Yo ya había realizado un documental antes, Operación Algeciras (2004), y no deseaba hacer otro, pero mi estancia en Villa Tranquila, un barrio pobre y marginal de Buenos Aires, fue una experiencia muy interesante que no quería dejar de retratar en un film. Así, Villa Tranquila es una confusa combinación entre vida real y ficción. A partir de un lugar y unas personas reales, he creado un relato de ficción usando los mínimos elementos narrativos para ello: convirtiendo a gente oriunda en actores y convirtiendo un barrio auténtico en un decorado. ¿Hasta qué punto es real y es ficción lo que se ve en la pantalla? No es fácil decirlo, porque me he basado mucho en experiencias reales de los actores para construir a los personajes y la recreación de escenarios ha sido mínima porque son lugares donde vive gente de verdad, no es simplemente un set de rodaje.
¿Supuso un lastre para el rodaje contar con actores no profesionales?
Evidentemente trabajar con gente que nunca antes había tenido contacto con una cámara y que además vivían en un ambiente de marginación, pobreza y delincuencia fue un problema, pero si lo enfocas desde un punto de vista empresarial. Si concibes el cine como un negocio con horarios fijos y exigencias laborales que hay que cumplir sí supuso un lastre. El esfuerzo técnico realizado en las reuniones para estudiar a los personajes, los ensayos y las repeticiones de planos y secuencias durante el rodaje fue mucho mayor que en un rodaje convencional con actores profesionales. Durante todo un año, cada sábado nos reuníamos en un comedor popular con mi cámara para jugar a hacer cine. Tuve que empezar desde cero: obligar a los chicos a cumplir un horario, a presentarse con un mínimo de higiene, a fomentar el compañerismo, a crear un equipo. A favor contaba con su instinto, que les incitaba a actuar con total naturalidad ante la cámara expresando sentimientos ficticios. Donde no había formación, había voluntarismo. Para motivar más a los actores, les propuse un acuerdo: yo les enseñaba mi oficio, el cine, y a cambio ellos me enseñaban cómo eran sus vidas. Así se consiguió un ambiente favorable de trabajo colectivo. Había logrado aunar voluntades, orientar toda la energía al rodaje de la película. Del caos pude organizar cierto orden.
¿Qué tiene Villa Tranquila para mostrarlo en una película?
Me hablaron por primera vez de Villa Tranquila cuando buscaba un decorado donde contar una película que todavía no tenía clara. Aquel lugar abandonado e impenetrable era conocido por su delincuencia y por salir siempre en las páginas de sucesos. Cuando fui vi un poblado del oeste que me fascinó: una calle principal llena de favelas o corralitos, una vía de tren donde ocasionalmente pasa uno sin pararse en ningún lado, gente que se agolpa en las vías como si su vida fuera a cambiar en algún momento… Es un lugar donde el progreso no ha llegado. La miseria es crónica. Yo era el único extranjero, por lo que era el centro de atención, objeto de todo tipo de comentarios. Fue una situación quijotesca: un argentino no hubiera entrado allí, ni la policía ni los vecinos de Avellaneda. Reconozco que tuve mucho miedo de ser atracado. Pero fue una situación tan rara que me dieron una oportunidad. Tras unas semanas indagando por allí se me ocurrió introducir en la historia la figura del extranjero que entra en ese microuniverso. El forastero es un personaje extraordinariamente útil para permitir cierto distanciamiento y ver las cosas sin prejuicios. Es casi imposible verse desde dentro, los chicos no reconocen su realidad de forma fría y distanciada. Eso lo logra el personaje que viene de fuera.
A pesar de retratar un mundo lleno de pobreza y marginación la película no cae en el morbo ni la truculencia.
A pesar de que la delincuencia hace estragos en barrios como Villa Tranquila, no quería caer en la típica historia de jóvenes delincuentes que se drogan para evadirse de su realidad y se enfrentan a la policía o a otras bandas. Quería retratar unos días tranquilos en un poblado muy humilde que recibe la visita de un extranjero. Para qué subrayar la delincuencia, las drogas, la pobreza… si es evidente que existen. No hacía falta recalcarlo. Me importaba más indagar en el interior de los personajes, mostrar con toda naturalidad su día a día.
Los personajes están llenos de matices, mostrando su fragilidad y brutalidad al mismo tiempo.
Es que son producto del contexto en el que viven. Al principio los actores desconfiaban de mí porque me consideraban un gallego loco que iba a Villa Tranquila para cometer delitos de pederastia y estafa. Poco a poco fueron confiando más en mí. Pero les dije que no quería contar una historia de héroes con un final feliz, sino la cruda historia de sus vidas cotidianas. El retrato de unas víctimas, auténticos deshauciados sociales que actúan según códigos interiorizados por los que, si no son peligrosos, lo simulan como una estrategia para su supervivencia. Se insensibilizan obligados por el entorno. Existen lugares, como Villa Tranquila, donde la violencia es una estrategia para la supervivencia.
Pese a todo, ¿fue bonita la experiencia?
Podría decir que el ambiente de rodaje fue maravilloso, pero ha sido el rodaje más duro y más desagradable que he tenido nunca. Ha sido frustrante, una guerra continua. No ha sido divertido. Pero el balance es positivo. El resultado es un film auténtico, honesto. El vínculo que se creó entre los chicos y yo fue muy fuerte. Se trabajó bajo mucha presión. Menos mal que contábamos con el apoyo de las autoridades del barrio, por eso gozamos de cierta inmunidad de sufrir robos y atracos.
Pau Vanaclocha
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