(3) EL EXTRAÑO, de Philippe Lioret.

EL FARO DEL FIN DEL MUNDO
De Philippe Lioret pudimos ver hace 13 años su debut en el largometraje –En tránsito, 1993- y ahora nos llega su cuarta película, un intenso relato y una correcta realización que integra las características del cine social con las interioridades del drama amoroso. El relato se sitúa en la isla de Quessant, en Bretaña, la parta más occidental de la costa atlántica francesa, donde el faro La Jument es atendido por varios fareros que arriesgan sus vidas cuando hay tormenta, batidos sus cuerpos por las olas y vientos de irresistible poder.
El punto de vista narrativo lo asume el personaje de Camille, que regresa a la pequeña isla para vender la casa familiar donde nació y cuyos sucesivos descubrimientos propician todo el largo flashback que constituye la práctica totalidad del film. Si el presente puede situarse a finales de los años 90, el pasado se circunscribe a dos meses de 1963, cuando un forastero, lisiado en la guerra de Argelia, llega al remoto lugar para ocupar un puesto de trabajo en el faro ante la hostilidad de los lugareños.
En la película se articulan dos bloques temáticos: el amor del recién llegado, el protagonista, por una mujer casada que quiere pero no puede corresponderle, y las duras condiciones laborales de una arriesgada profesión, con graves peligros en caso de tempestad, hasta que en 1991 se automatizó el faro, la electricidad sustituyó al petróleo y ya no hizo falta la prolongada presencia física de los hombres en la torre para emitir las señales luminosas que sirvieran de guía a los navegantes.
El rodaje se hizo, para la mayor parte de exteriores, en escenarios naturales y en condiciones muy adversas, recurriendo a la reproducción de decorados de la cúspide del faro cuando la filmación se volvía demasiado peligrosa o imposible. Se ha logrado un satisfactorio resultado al combinar el ambiente brumoso con el drama intimista y lo colectivo con lo individual. En el aspecto humano se subraya el carácter adusto e introvertido de los habitantes de la isla, bretones defensores de su lengua y con un sentido gremial de su trabajo ante intromisiones foráneas, pero finalmente acaban abiertos al afecto y a la amistad.
Hay que destacar la excelente banda sonora musical, bella y evocadora, de Nicola Piovani, uno de los mejores compositores cinematográficos de la actualidad, que ya nos fascinó con sus partituras para Ginger y Fred y La habitación del hijo.
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