(0) BRATZ, LA PELÍCULA, de Sean McNamara.

NIÑAS PIJAS
Deleznable producto infantil diseñado para satisfacer las escasas, por no decir nulas, inquietudes intelectuales de los niños y niñas de hoy, un sector de la población cada vez con mayor capacidad adquisitiva pero carente de valores educativos, cívicos y sociales que los convierten en unos tiranos malcriados, caprichosos y egoístas. Bratz, la película condensa todos los estereotipos de la juventud estadounidense –liberal y consumista en lo económico pero puritana e individualista en los moral– en una absurda y tópica historia de amistad que esconde, sutil pero firmemente, un discurso reaccionario, simplista y carente de conflictos diametralmente opuesto a una realidad siempre compleja y en constante evolución.
Un producto oportunista y comercial, a medio camino entre el spot publicitario –vende una marca– y el videoclip cutre del verano –la MTV es mencionada en numerosas ocasiones e incluso sale como patrocinador–, basado en unas muñecas convertidas en personajes de carne y hueso llamadas Bratz, competencia directa de la histórica Barbie, que ensalzan la moda y el consumismo como único modo de realización personal y una aparente actitud “rebelde” ante los adultos que no es más que una pose porque por sus cómodas vidas carecen de argumentos contra los que rebelarse y ante la menor dificultad necesitan la presencia de los padres para recibir importantes lecciones vitales.
Por tanto, ¿qué valores difunde Bratz, la película? Un sentimentalismo barato asociado a una mojigatería cursi, una sobredosis de música hip-hop, una estética neo-hippy que no es otra cosa que una oda a la pijería –casi kitsch por la cantidad de colores chillones y el mal gusto estético– y un conservadurismo encubierto con final gratificante que convierte al film en un ejemplo modélico de entropía intelectual. Como dijo Groucho Marx, “partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria”.
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