(1) COCODRILO, UN ASESINO EN SERIE, de Michael Katleman.

UNA DE MONSTRUOS
Adscrita al subgénero de terror “monstruo que va comiéndose a los personajes uno a uno y al final se salva la pareja protagonista”, que tan buenos resultados dio en anteriores producciones –léase Tiburón, la gran precursora, infravalorada en su momento, pero también Alien, el octavo pasajero–, Cocodrilo, un asesino en serie es una discreta película de aventuras que parte de una supuesta historia real sucedida en el país centroafricano de Burundi, donde un cocodrilo de gran tamaño llamó el interés informativo de una cadena de televisión estadounidense por ser el causante de mortales ataques a centenares de personas. El film resulta entretenido porque no explota el efectismo del monstruo mostrándolo desde el primer momento, siendo sus apariciones dosificadas a lo largo del metraje. Cocodrilo, un asesino en serie no sólo se centra en las vicisitudes de los protagonistas en su búsqueda del animal, sino que además se desarrollan otras tramas que consiguen dar un poco de consistencia a un guión de andar por casa. Las incursiones rebeldes que dificultan la expedición, las trabas burocráticas que sufren los miembros del equipo para realizar su trabajo y las corruptelas que mueven la administración de Burundi acaban demostrando que el verdadero animal es el ser humano y no un reptil de 9 metros de largo que lo único que hace es alimentarse para sobrevivir. El mensaje ecologista al final de la historia terminó de inspirarme simpatía por la película.
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