(2) TIDELAND, de Terry Gilliam.

CUENTO MACABRO
El director de cine británico de origen estadounidense Terry Guilliam se ha ganado un lugar destacado dentro de la cinematografía universal destinado a aquellos cineastas incomprendidos por su visión radical, delirante y obscena del hecho fílmico, afirmación fácilmente asumible tras comprobar su trayectoria artística —y que, por analogía, lo asociaría al universo tenebrista de Tim Burton aunque menos poético que éste—. Ello ha provocado un cisma en el público que lo considera o un genio de la provocación o un embustero que juega, artificiosamente, con el escándalo.
No obstante, a pesar de la irregularidad de su filmografía, el autor de Brazil (1985), Las aventuras del Barón Munchausen (1988) o Doce monos (1995) ha planteado siempre la realidad desde el prisma de lo insólito y lo grotesco, navegando en la mayoría de las veces entre la fantasía y el terror. En definitiva, el realizador ha plasmado lo real —entendido, a grosso modo, como aquellas experiencias vitales inexplicables o dolorosamente visibles e incómodas de tratar, como la muerte, la escatología, la locura, el sexo etc.— desde un punto de vista escandalosamente cercano y cotidiano, utilizando todos los elementos visuales —puesta en escena, fotografía, encuadre, maquillaje, etc.— al servicio de esa sensación de extrañamiento, de distorsión de la realidad, que impone en sus películas.
Tideland profundiza, y de qué manera, en lo expuesto anteriormente, al convertir un relato de naturaleza dramática —tras morir su madre, una niña y su padre se trasladan a la casa de su abuela paterna— en otro de características casi opuestas, la fantasía con abundantes ingredientes de terror. Y lo hace con una simplicidad asombrosa, a partir de la perversión de una fuente archiconocida: Alicia en el País de las Maravillas, la más famosa aportación de Lewis Carroll a la literatura infantil.
Tideland es un cuento macabro que narra el obsceno y surrealista viaje a través del espejo de una huérfana de padres drogadictos cuyo precario estado mental usa la imaginación como mecanismo de defensa de aquello que no puede comprender, una realidad rebosante de muerte, pedofilia, perversión y deshumanización. Terry Guilliam muestra, sin prejuicios moralizantes ni censuras mercantiles —ha gozado de una absoluta libertad creativa, y eso se nota—, la particular visión del mundo infantil corrompido por el de los adultos, algo totalmente alejado de los condescendientes y gratificantes productos para niños.
Algo que no será muy agradable de ver para muchos espectadores, y que convierte al film en una obra minoritaria con un estilo muy personal, y al director en una especie de enfant terrible de la transgresión moral y de lo políticamente incorrecto.
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