(2) SUNSHINE, de Danny Boyle.

HÁGASE LA LUZ
La ciencia-ficción ha sufrido, de un tiempo a esta parte, algo similar a lo que ocurre cuando muere una estrella. Tras consumirse el combustible que da vida al astro, éste se expande en una lenta agonía y finalmente estalla en millones de pedazos. Así, tras una primera fase de exploración y desarrollo, impulsada por la originalidad de las propuestas y el talento de diversos directores —y cuya cúspide se encuentran, sin duda, 2001: Una odisea del espacio (1968) y Alien, el octavo pasajero (1979), cada una representativa de las ramas “colonización del espacio” y “malvados extraterrestres”—, llegó la década de los noventa y la falta de creatividad, la repetición de las viejas fórmulas y la excesiva dependencia del efectismo condenaron al género al rincón de las antiguas series B, dirigido únicamente para los fans incondicionales. Así, se sucedieron títulos olvidables como Esfera (1998), Horizonte final (1987) o El núcleo (2003) en la sección “viajes más allá de lo conocido”, o las sagas alienígenas tipo Critters (1986) o Depredador (1987), y delirantes batallas contra conquistadores intergalácticos como Independence Day (1996), en la antes citada sección.
Pero, afortunadamente, surgen de tarde en tarde interesantes excepciones que demuestran que el género todavía puede dar de sí. Una grata sorpresa fue, por ejemplo, El día de mañana (2004), relato catastrofista pero basado en criterios científicos sobre las terribles consecuencias del cambio climático, tema tan actual estos días, o la aceptable versión de Spielberg de la novela de H. G. Wells, La guerra de los mundos (2005), y ahora el título objeto de esta crítica.
Sunshine, del director británico Danny Boyle, recupera la esencia de los clásicos del género, dignificándolo nuevamente. Más allá del argumento —aparentemente convencional: una peligrosa misión a un Sol que se apaga tiene como objetivo reactivarlo mediante una gigantesca bomba nuclear antes de que perezca la Humanidad—, el film reestablece el acuerdo tácito entre narrador y espectador sobre la credibilidad de lo narrado, formando una atmósfera creíble de astronautas navegando por el sistema solar, con una tecnología que si bien es futurista, no destaca por fantasiosa o improbable.
El film supera la simple acción para reflexionar con mayor o menor trascendencia sobre las inquietudes metafísicas del ser humano: la pequeñez del hombre frente a la inmensidad del cosmos, la fragilidad de la existencia humana que depende de fuerzas superiores para su supervivencia, el valor de la vida humana cuando dependen del éxito de la misión miles de millones de personas. Aunque, por supuesto Sunshine no evita caer en ciertas cesiones al gran público con la presencia de un psicópata fundamentalista que pone en peligro la misión, con persecuciones por estrechos pasillos incluidos. Pero el resultado final, insisto, destaca por lo elegante y sofisticado de la puesta en escena y por el tono contemplativo de la cinta, sólo quebrantado por una última parte con mucha más acción. Sunshine va más allá del mero entretenimiento —que también—, para ofrecernos un espectáculo visual atractivo, lleno de referencias cinéfilas y literarias, lo que la convierte en una rara avis en los tiempos que corren.
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