(3) EL JEFE DE TODO ESTO, de Lars von Trier.

RELACIONES LABORALES
El estreno de una película de Lars von Trier se ha convertido en una cita ineludible para cualquier cinéfilo que se precie, teniendo en cuenta la sólida trayectoria de este reconocido cineasta que gracias a su férreo dominio del lenguaje cinematográfico –que le permite transgredirlo y llevarlo por otros caminos ajenos a lo comercial– y a su capacidad analítica y reflexiva nos ha proporcionado títulos que rozan la categoría de obras maestras. Así, tras inventarse un cine totalmente alejado de lo convencional –el movimiento Dogma, que desarrolló con mayor o menor fidelidad con su espléndida Los idiotas (1998)– y profundizar sobre las raíces históricas y culturales de Estados Unidos en una trilogía todavía inconclusa –Dogville (2003) y Manderlay (2006)–, sin olvidar la obra que le llevó a la fama y con la que ganó el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes, Rompiendo las olas (1996), el inclasificable Lars von Trier se introduce sin complejos en el género cómico con un destacable film, escaso en presupuesto pero rico en matices, sobre las triquiñuelas de un empresario que tiene la intención de vender su empresa y para no ganarse la enemistad de sus trabajadores contrata a un actor que haga de director y tome las decisiones difíciles.
Sobre la apariencia de una comedia amable, el realizador danés despliega una ácida crítica del mundo laboral, poniendo de relieve las siempre complejas relaciones entre compañeros de trabajo y los directivos de las empresas donde trabajan. El jefe de todo esto es, en definitiva, la excusa de los dueños para someter a los asalariados sin enfrentarse a ellos, una forma elegante pero cobarde de eludir responsabilidades. El jefe de todo esto se burla en concreto de la jerarquía empresarial y de la supuesta superioridad intelectual de los jefes, pero va más allá al criticar la misma naturaleza del capitalismo al denunciar las consecuencias de fusiones y adquisiciones de empresas, el fenómeno de la deslocalización –“externalización” en lenguaje eufemístico– o la deshumanización del trabajador.
Si resulta llamativo el sentido del humor del realizador danés, también lo es su forma de narrar, alejándose conscientemente de la narración clásica que ha institucionalizado Hollywood. Lars von Trier se distancia del discurso tradicional y rompe con todo: saltos del eje, planos que cortan a los personajes, desincronización entre la imagen y el sonido, cambios de iluminación, cortes sin sentido… Incluso se atreve a cuestionar la representación misma de los personajes, al asumir el protagonista el papel que le ha tocado jugar. Los breves monólogos del propio director para dar paso a los actos de la “obra” nos recuerda lo artificioso del relato y que él es el verdadero jefe de todo esto.
Nos encontramos, pues, ante una comedia de humor inteligente, que dice más de lo que parece, sin que en ningún momento dejemos de asistir a una comedia simpática y bienintencionada.
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