(2) 300, de Zack Snyder.

EL SACRIFICIO ESPARTANO
Espectacular adaptación de la novela gráfica homónima del reconocido guionista y dibujante Frank Miller –autor que transformó, junto con Alan Moore, el mundo del cómic en las décadas de los 80 y 90, aportando una mirada mucho más densa y oscura a las entonces superficiales y coloristas historias de superhéroes, destacando sus trabajos en las colecciones de Daredevil de Marvel y Batman en DC, así como sus obras de creación propia como Sin City y la mencionada en esta crítica–, 300 recrea en clave épica la batalla de las Termópilas, un canto a la resistencia y al sacrificio, donde un reducido número de soldados espartanos, liderados por su rey Leónidas, se enfrentó a un inmenso ejército persa, dirigido por su monarca Jerjes, dispuesto a invadir toda Grecia durante la segunda Guerra Médica.
Ajena a cualquier parecido con la realidad –su falta de rigor histórico es notorio, aunque por falta de espacio no voy a enumerar sus incorrecciones, que empiezan por su tendencia a la desmesura a la hora de narrar la batalla y su excesivo reduccionismo a la hora de presentar y definir personajes–, 300 tiene como principal reclamo, al igual que la gótica Sin City, su fidelidad a la obra original, destacando su ambientación tenebrista y onírica, totalmente antinatural, y su planificación en sucesivas viñetas preciosistas, auténticos homenajes al cómic de Miller. Su factura estética es, por tanto, lo mejor del film, pues el resto se limita a una típica historia épica a las que nos tiene acostumbrado Hollywood.
El maniqueísmo y la forma de identificar a unos y a otros –los héroes reproducen el canon de belleza clásico frente a la monstruosidad y la deformidad de los persas, la disciplina y el orden de los héroes choca con el desenfreno y la perversión de los villanos–, que reduce los protagonistas en buenos (los espartanos, defensores de la libertad y la democracia (¿?), representantes de la cultura occidental) y malos (los persas, defensores de la tiranía y la superstición, representantes de la cultura oriental), contribuye a esa visión apocalíptica de las relaciones internacionales llamada choque de civilizaciones, si bien tengo el convencimiento de que el autor no pensaba en lecturas políticas a la hora de crear este relato sino en la elaboración de un espectáculo efectista y sanguinolento que sedujera a un público necesitado de emociones fuertes. Las luchas al estilo Matrix, con patadas voladoras y acrobacias aéreas, así como la orgía de sangre y muerte que se convierte el film, refuerzan esta interpretación. Entretiene, que no es poco…
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