ANTONIO CHAVARRÍAS, DIRECTOR DE “LAS VIDAS DE CELIA”

«LA VIOLENCIA PSICOLÓGICA ES MÁS DAÑINA QUE LA FÍSICA»
El director catalán Antonio Chavarrías realiza en Las vidas de Celia un angustioso thriller policíaco en donde nada es lo que parece. La investigación policial de un terrible crimen es la excusa para que el realizador, especializado en destapar las miserias y secretos ocultos de personas aparentemente normales, saque a relucir la vida cotidiana de una familia a punto de estallar.
¿Hay más de una vida detrás de cada persona?
Claro. De hecho, siempre soñamos con tener una vida distinta de la que tenemos realmente. Vivimos la vida que nos ha tocado, pero quién no cree que puedan haber más vidas que podamos vivir. Pero más allá de esta reflexión casi filosófica está la esencia de Las vidas de Celia, lo que permanece oculto detrás de la aparente vida tranquila y monótona de las personas. Mi intención ha sido demostrar que escarbando, aunque sea superficialmente, una familia aparentemente normal posee secretos y conflictos de gran envergadura. He querido hablar de lo que se esconde detrás de la cotidianeidad, de la importancia que tienen las cosas pequeñas con el paso del tiempo y de los mundos ocultos que existen detrás de cada persona.
¿A qué te refieres con mundos ocultos?
Estoy convencido de que cada individuo mantiene una parte oculta que no comparte con los demás. Es lógico y razonable. Lo que enfatizo en la película es que a veces esos mundos ocultos, esas vidas paralelas que se crean, llegan a adquirir más peso e importancia que la vida mostrada. Es entonces cuando salta la chispa y se desencadenan los acontecimientos.
Sueles incidir mucho en el tema de la familia en tus películas…
Para mí la familia es una unidad estructural básica de la sociedad que une, mediante estrechos lazos afectivos y emocionales, a varios individuos. Por tanto, suele ser un elemento protector ante un ambiente social más o menos hostil… pero también, como núcleo cerrado que es, se puede convertir en un infierno personal si esas relaciones están corrompidas o viciadas. En la película se narra uno de estos casos, demostrando que se puede llegar a una situación extrema como la de esta familia, a punto de estallar por los aires, por culpa de pequeños gestos y detalles que por acumulación erosionan la convivencia.
En Las vidas de Celia se trata un tema que goza de una gran actualidad: la violencia doméstica, especialmente la psicológica. ¿Querías denunciar en tu film esta lacra social?
La película tiene voluntad de denunciar tanto la violencia machista de los casos más graves como la violencia psicológica, mucho más sutil pero igual o más destructiva. Esos gestos despreciativos, esas miradas inquisitoriales, las mentiras, las descalificaciones… esos pequeños detalles que suponen también una forma de violencia pero que no nos alarman tanto porque se consideran de menor importancia. Es una violencia muy interiorizada y silenciosa: el personaje de Celia lo está sufriendo de parte de su hermana y de su marido, pero no lo identifica como una agresión porque es psicológica. Que no por eso es menos dañina y perjudicial.
Llama la atención la cámara a mano que crea, por un lado, una sensación de vértigo y caos, y por otro, un tono casi documental por el realismo sucio que posee la imagen.
La estética de la película es resultado de la forma de rodarla. En todo momento quise dar libertad total a los actores para moverse por donde quisieran y ser espontáneos. Eso significaba que el equipo técnico no tenía que limitar a los actores. Trabajaban para los actores y no al revés. La cámara y el micrófono siguen a los personajes, sin tener en cuenta la iluminación, totalmente natural, y el encuadre de los planos, proporcionando una gran sensación de realismo.
La narración está fragmentada en el tiempo y en el espacio. ¿Qué pretendes reflejar con esa estructura narrativa?
A la hora del montaje tenía dos posibilidades: hacerlo todo lineal y desde el presente o crear diferentes realidades, diferentes tiempos que no aparecen como flash backs sino que van sucediendo en paralelo. Esto obliga al espectador a hacer un esfuerzo intelectual para ir construyendo el relato. Recae en él la responsabilidad de dar más o menos valor a lo que sucede. Tenía la voluntad desde un principio de trabajar con fragmentos, intentar no explicar todo, dejar cosas en el aire para obligar a imaginar al espectador.
Pau Vanaclocha
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