(3) APOCALYPTO, de Mel Gibson.

EL OCASO DE UNA CIVILIZACIÓN
Mel Gibson se ha ganado a pulso el apelativo de enfant terrible dentro de la industria de cine estadounidense, y no sólo por su imagen de homófobo, racista, misógino, antisemita y fanático religioso. Su rabiosa independencia –que ya demostró en su anterior film, La pasión de Cristo, un film anticomercial que llenó las salas de cine de medio mundo– le ha apartado de los dictados de lo políticamente correcto, operando al margen de los grandes estudios de Hollywood y financiando él mismo sus proyectos a través de su productora, Icon Entertainment International. A pesar de su deplorable conducta personal y su decepcionante carrera como actor, Mel Gibson se ha erigido en un artesano de la narración, combinando con eficacia y rotundidad todos los elementos del lenguaje cinematográfico, en especial el ritmo de la historia, la dirección de actores y la puesta en escena pero también los encuadres, las tonalidades de la imagen y la banda sonora. Resultado de ello es la entretenida Apocalypto, cuya estética recuerda aquel poema visual y auditivo de Terrence Malick sobre la conquista de América, El nuevo mundo, pero mucho más virulenta y tortuosa que ésta.
Apocalypto se sitúa en el ocaso de la civilización Maya, -inmersa en una decadente orgía de sangre y muerte–, para narrarnos la historia de un indígena que, tras ver bruscamente rota su idílica existencia en la selva tras el ataque de una tribu enemiga, es llevado preso a una ciudad para ser ofrecido a los dioses en un sacrificio humano. En síntesis, el film apela al instinto de supervivencia, pues se centra en la caza del hombre convertido en presa. Es en este ámbito donde Gibson se descubre como un genuino cronista de la violencia, presentando el mundo como un lugar siniestro, amenazador, lleno de dolor y sufrimiento. Se suceden, por tanto, las escenas bañadas en sangre, carentes de cualquier mirada moralista, que pueden llegar a incomodar al espectador más insensible.
En contraposición de esa visión apocalíptica del ser humano, que es capaz de lo peor, nos encontramos en Apocalypto una descripción sumamente interesante de los aspectos cotidianos de la vida diaria –la cultura Maya alcanzó un grado de sofisticación sorprendente: un arte bello y complejo, el dominio de las matemáticas y la astronomía, el desarrollo de la escritura jeroglífica y de la arquitectura– que supone un intento de intensificar esa sensación de realismo que destila la película. La utilización de un dialecto maya como único idioma del film refuerza esa sensación. Existe, por tanto, un serio estudio histórico sobre el contexto en el que se desarrolla la acción, mostrando escenas que parecen sacadas de un documental y que recrean aspectos tan curiosos como las costumbres de la época, la vestimenta, los peinados y la ornamentación del cuerpo, así como los diversos oficios más representativos de esa sociedad –prostitutas, verdugos, clérigos, nobles, gobernantes, esclavos, guerreros–.
Apocalypto arranca con una cita del filósofo, escritor e historiador estadounidense Will Durant (1885-1988) – “una gran civilización no se conquista desde fuera hasta que se ha destruido desde dentro”–, cuya lectura invita a reflexionar sobre los inquietantes paralelismos existentes entre el ocaso Maya y los acontecimientos políticos y sociales que podrían sugerir el ocaso de nuestra propia civilización.
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