(2) EL CAMINO DE LOS INGLESES, de Antonio Banderas.

EL FIN DE LA INOCENCIA
Tras varias semanas precedidas de una intensa campaña publicitaria, nos llega por fin el esperado segundo largometraje del reconocido actor y director malagueño Antonio Banderas, El camino de los ingleses, un film emotivo, sensible y melancólico sobre la amistad y el amor en el siempre difícil tránsito entre la adolescencia y la incipiente madurez –un tema universal, la pérdida de la inocencia–, protagonizado por un grupo de jóvenes que veranean en Málaga durante los convulsos años 70.
Adaptación de la novela homónima de Antonio Soler –con la que ganó el Premio Nadal en 2004–, responsable asimismo del guión, la película confirma las virtudes y los defectos reflejados en su opera prima Locos en Alabama, como son en sentido positivo la excelente dirección de actores –seguramente gracias a su extensa experiencia delante de las cámaras– y su narrativa nada convencional –que lo aleja de los cánones del cine comercial–, y en sentido negativo una tendencia perniciosa al esteticismo más artificioso que devalúa precisamente aquello que pretende remarcar.
Desprovista de cualquier contextualización política que sitúe los hechos narrados en un tiempo concreto, El camino de los ingleses es una historia coral que incide en los sentimientos, las incertidumbres y los miedos de un grupo de amigos/as que conocerán el primer amor, disfrutarán de sus primeras experiencias sexuales, sufrirán la soledad y el rechazo y sentirán la frustración de un sueño roto o inalcanzado. Pero en vez de acercarse a esa realidad, cercana e identificable por todos, desde los propios personajes (llamémoslo mirada subjetiva) o desde un punto de vista testimonial (llamémoslo mirada objetiva), lo hace a través de la novela, resultando un discurso recitado más que vivido. Está demasiado presente el origen literario del film y el abuso de la voz en off, las repeticiones y las secuencias oníricas no ayuda a convencernos de la veracidad de la historia y de la humanidad de los personajes. Una pena, porque ello impide lucirse al elenco de jóvenes promesas que realizan, no obstante, una labor interpretativa loable.
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