(2) COPYING BEETHOVEN, de Agnieszka Holland.

UN GENIO ATORMENTADO
Después de la lamentable biografía fílmica Amor inmortal (Bernard Rose, 1994), el genial música Ludwig van Beethoven (1770-1782) ha merecido mejor fortuna en manos de la polaca Agnieszka Holland, cuya última película relata sus tres últimos de vida en Viena, con especial relevancia de la excelente interpretación como protagonista de Ed Harris y de las magníficas versiones de los fragmentos de célebres obras que se escuchan en la banda sonora.
El guión de Christopher Wilkinson y Stephen J. Rivele se muestra bien documentado en cuanto a anécdotas sobre el compositor alemán: pobreza, enfermedades, carácter agresiva y sarcástico, su afecto por su sobrino calavera, escasez de higiene, progresiva sordera, etc. que hicieron de él un hombre solitario, amargado y misántropo. Sin lograr nunca el gozo de un amor correspondido. Pero A. Holland ha optado por el camino más gratificante del melodrama de qualité que, sin rehuir del todo algunos ligares comunes propios del género biopic, busca la excelencia artística mediante frases trascendetes de la figura homenajeada y fomenta el sentimentalismo del público para exaltar al genio sufriente, relegado e injustamente incomprendido por sus contemporáneos.
Este itinerario desde la aversión a la complicidad y desde la antipatía a la admiración total es el que recorre el film gracias al discutible personaje, completamente inventado, de Ana Holtz, una joven copista de partituras y compositora guapa e inteligente cuya función dramática es la de medium entre Beethoven y el mundo exterior, entre su hermetismo creativo y el espectador.
Rodada en exteriores de Hungría, Copying Beethoven contiene acierto indiscutibles pero también notables lagunas. Entre los primeros, al constatación de que el genio de Bonn personifica la plenitud del clasicismo, el antecedente clave del romanticismo y al premonición de un vanguardismo musical que se materializaría en la II Escuela de Viena un siglo más tarde. Respecto a las insuficiencias del relato, demasiado importante, debe destacarse la inapropiada obsesión de la realizadora por apelar constantemente a Dios como suprema inspiración del músico, traicionando la verdadera significación histórica de un Beethoven seguidor convencido de los postulados laicos de la Revolución Francesa -igualdad, libertad, fraternidad- frente a la conservadora alianza ancien régime entre el altar y el trono. Por eso convirtió su monumental Novena Sinfonía con texto del poeta Schiller –Oda a la alegría– en manifiesto melódico e ideológico de todo el pensamiento progresista de la época.
Tampoco se ha preocupado la directora de resaltar adecuadamente otro mérito del autor de Para Elisa: haber sido el primer músico independiente de la era moderna, con su empeño por abandonar la tutela de la aristocracia y del clero con el fin de vivir como un profesional de un trabajo contratado de forma directa y libre con los empresarios de las salas de conciertos. Detalle significativo: pese al ilustre precedente de Mozart y de Haydn, Beethoven fue el primer gran compositor que ya no usó la tradicional peluca empolvada. Los tiempos estaban cambiando.
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