(4) EL VIENTO QUE AGITA LA CEBADA, de Ken Loach.

NACIONALISMO Y LUCHA DE CLASES
Galardonado con la Palma de Oro del pasado Festival de Cannes de forma tan inánime como imprevista, el último film de Ken Loach es una recreación del pasado entendida como aproximación o interpretación de acontecimientos relativos a la nación irlandesa. En el guión de Paul Laverty se aprecian dos etapas: la lucha por la independencia (1920-1921) y la guerra civil tras la partición del país (1922-1923), interrelacionando de forma modélica el contexto histórico-político del período con las trayectorias personales generadoras de conflictos.
Se puede estar o no de acuerdo con el punto de vista radical de Ken Loach, al que algunos acusan de maniqueo y sectario, pero su coherencia y honestidad son indiscutibles. Contemplamos un terrible relato de los ocupantes británicos -su gran imperio no se forjó a base de buenos sentimientos-, represores del pueblo irlandés en relación a la lengua, los impuestos, los tribunales, las torturas, etc. factores que determinaron la aparición de un nacionalismo independentista cuyas guerrillas de voluntarios empuñaron las armas en legítima defensa.
El tratado de paz de 1921 dividió Irlanda en dos zonas: la soberana del sur y la del norte dependiente de la corona británica, una especie de colonia de nuevo cuño que salvaguardaba los privilegios de los ricos de acuerda con la conocida frase de Lampedusa “que algo cambie para que todo siga igual”. Marxista declarado y defensor de los desheredados del mundo, Ken Loach hace inseparables los planteamientos teóricos del nacionalismo con la realidad de las clases sociales, señalando al poder económico como decisivo a la hora de generar un enfrentamiento interno que debilitase al enemigo irlandés, ahora dividido entre colaboracionistas de la corona y republicanos partidarios de un Estado unido e independiente, con la propiedad colectivizada para los trabajadores, según propuesta del socialista James Connolly, ejecutado tras el fracaso del alzamiento de 1916, y sustentado por el IRA como brazo armado.
Aunque no se compartan sus ideas, insisto, debemos respetar la legitimidad y solidez de un relato sin fisuras cuyo guión fue ampliamente documentado con libros, memorias y testimonios orales de supervivientes. Una narración sencilla y eficaz, con diálogos tan densos como precisos, que plantea políticamente los conflictos pero que no olvida su dimensión moral, la dificultad de evaluar éticamente las contradicciones entre violencia y humanismo, entre paz y sometimiento, entre ventaja estratégica y traición… como se evidencia en dos escenas ilustrativas de la complejidad de la persona, de sus motivaciones y sus actuaciones: el juicio contra el usurero que financia a los independentistas y la ejecución de un joven delator.
A casi nadie le pasará desapercibido el hecho de que el enfrentamiento entre los dos hermanos de la metáfora de la Irlanda dividida y cainita cuya fuerza expresiva y verosimilitud no hubiera sido posible sin una meticulosa dirección de actores y sin la autenticidad que debe no poco a la cuidada ambientación, vestuario y fotografía. El resultado es un realismo, diríase contemporáneo, ajeno a ese estéril decorativismo de muchos filmes “de época” ahogados por la estética.
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