(3) MI MEJOR ENEMIGO, de Alex Bowen.

TODO POR LA PATRIA
La película está planteada como un flashback total, cuando un soldado chileno rememora los hechos acaecidos en diciembre de 1978 en torno a las disputas entre Chile y Argentina por la soberanía de unas pequeñas islas en la Patagonia que generaron una tensión armada que a punto estuvo de convertirse en un gran conflicto bélico. La mediación del papa Juan Pablo II logró evitar la catástrofe.
Mi mejor amigo obtuvo varios premios en feestivales y, aunque obvia la directa responsabilidad de los dictadores Pinochet y Videla, constituye un apreciable relato antibelicista en el que prevalece la reducción al absurdo y la emoción, con exaltación de los valores humanos, especialmente el de fraternidad, frente a un inexistente análisis político formulado de manera explícita.
En el film, con una acertada mezcla de humor y drama, las anécdotas sobre la vida cotidiana de los anónimos soldados que se juegan la vida alcanzan una dimesión metafórica universal con esas dos patrullas militares enfrentadas desde sus trincheras, perdidas en la inmensidad de la Pampa, que acaban confraternizando, intercambiando algunos suministros, curando a un herido enemigo, compartiendo la compañía de un perro y jugando un partido de fútbol tan enconado como incruento.
Lo que Mi mejor amigo critica es la apelación a órdenes superiores, honor nacional, territorio soberano, sagradas fronteras y patrióticas soberanías como conceptos abstractos que estuvieron a punto de desatar la tragedia entre dos pueblos hermanos. Una cuestión que había preocupado ya a multitud de cineastas –La gran ilusión (Renoir), La vaquilla (Berlanga), Feliz Navidad (Carion)- que con mayor o menos acierto y profundidad abordaron ese dilema moral en tiempos de guerra: órdenes recibidas frente a sentimientos humanitarios.
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