JOSÉ LUIS CUERDA, DIRECTOR DE “LA EDUCACIÓN DE LAS HADAS”

«EL AMOR ES UN AUTOENGAÑO MISERICORDIOSO E INEVITABLE»
El director, guionista y productor José Luis Cuerda adapta una novela de Didier van Cauwelaert en su última película, La educación de las hadas, una hermosa pero dramática historia de amor pasados los cuarenta, entre un inventor de juguetes y una ornitóloga francesa y su hijo. Una relación que se pone en peligro cuando ella decide alejarse. Pero cuando más se distancian, más se refuerzan los lazos entre ellos. Algo contradictorio en apariencia pero, como se suele decir, el amor no responde a la lógica. Un acercamiento a las hadas, a las de verdad, con ternura y sensibilidad, de parte de un director con un estilo muy particular.
Viene bien que alguien nos recuerde que existen las hadas, no esos pequeños seres mágicos alados con varita, pero sí otros que nos hacen igual de bien y que están entre nosotros.
Efectivamente, las hadas son más que esas criaturas mágicas procedentes de cuentos infantiles y la mitología europea. Siempre he pensado que el ser humano es capaz de convertir en hadas a aquellas personas que aparecen de la nada y de repente dan un sentido a la vida, responden ante una llamada de socorro, explícito o implícito, y logran satisfacer esas necesidades tan importantes de amar y ser amado. De esa manera, cualquier mujer puede ser un hada, incluso sin saberlo. Ese es el mensaje, entre otros, de La educación de las hadas.
La relación que se crea entre el personaje de Ricardo Darín y Víctor Valdivia, padrastro e hijo adoptado, está basado en que comparten un mundo mágico que trasciende a la realidad. El título hace referencia a ese mundo.
Nicolás está anclado a su infancia, es un soñador que cree haber encontrado todo lo que quería. Es un Peter Pan que se niega a crecer, en parte por la educación recibida y también por su propia experiencia. Tras conocer a Raúl quiere convivir en igualdad de condiciones con él. Los dos necesitan a una hada, él la encuentra en la madre del niño y éste, cuando ve que esa unión se rompe, echa mano de la primera que encuentra, la inmigrante argelina, y quiere que intervenga para solucionar los problemas.
El film tiene dos partes bien diferenciadas: el complicado mundo de los adultos, con los silencios e incomprensiones, las relaciones que se erosionan y los sentimientos que se reprimen. Por otra, el mundo infantil del niño y su padrastro.
Son dos mundos que conviven en uno: mi objetivo era que el niño viera el mundo de los adultos y lo interpretase en clave mágica, creando el mundo de las hadas para darle sentido a la crisis de la pareja formada por su madre y Nicolás. Por su parte, éste usa su fértil imaginación para mantener la inocencia de Raúl. Así es como le explica verbalmente lo que siente, lo que está viviendo. Los niños no alcanzan a entender los problemas de los adultos, hay que contárselo en términos más accesibles: cuentos que contienen experiencias vitales como las vividas, hipérboles, símbolos, aunque también hay que ser sincero con los críos, no mentirles ni tomarles por tontos, porque no lo son. Captan más cosas de lo que podríamos pensar.
La película trata de explicar cómo las relaciones, en ocasiones, se quiebran o se ponen en peligro por el miedo al compromiso, por rechazar la excesiva dependencia o para evitar sufrimientos futuros.
Desde hace mucho tiempo pienso que el amor es un sufrimiento que produce a intervalos un placer enorme. Algo así como un autoengaño misericordioso e inevitable. Además existen conceptos como la «media naranja» o el «amor de mi vida», muy arraigados en nuestra cultura, que me dan pavor porque ponen en énfasis la dependencia emocional y la sobredosis de alienación mental de las personas enamoradas. En términos de conducta humana, el amor es un proceso de atontamiento placentero pero capaz de generar mucha frustración y malestar.
¿Y cómo un ser tan poco romántico puede hacer una historia de amor tan sensible e intensa?
No es que no sea romántico, de hecho soy ferviente defensor de la necesidad de la ternura, del cariño, del sexo y del placer en cualquier relación. Pero a cierta edad el amor se relativiza, está matizado por las experiencias anteriores, generalmente malas. No hay idealismo, todo lo contrario, la gente parece que va con los pies de plomo. Fijémonos en los personajes: su enamoramiento les perturba, especialmente a ella. Pasados los 40 años, la incertidumbre de iniciar algo que no se sabe cómo acabará y la tendencia natural a evitar cualquier sufrimiento hace que las cosas se piensen mucho. Ingrid necesita reflexionar, darse cuenta de cuánto ama a Nicolás. Para ello es necesario alejarse. Parece una contradicción, pero tiene su lógica.
La educación de las hadas cuenta con un equipo artístico muy sólido. ¿Cómo fue la elección de actores? ¿El hecho de que sean de nacionalidades distintas no fue un obstáculo?
En el caso del trío protagonista la elección fue fácil. Pensé en ellos desde el principio. Tuve la suerte de que al ofrecerles el guión aceptaran sin pensárselo trabajar conmigo. A Irène Jacob ya la conocía y sabía qué podía darle al personaje de Ingrid. A Ricardo Darín no hace falta presentarle, pensé que era el hombre indicado para dar vida al complejo Nicolás. Por otra parte, sabía que Bebe era una mujer muy inteligente y sensible gracias a las letras de sus canciones. Sólo era necesario que entendiera a su personaje, que lo comprendiera, para poderlo interpretar como yo quería que lo hiciera. El hecho de que sean de distinta nacionalidad con acentos distintos me parecía un aliciente porque la película es la suma de unas extrañezas: los personajes conviven en un mundo cerrado, una masía aislada en un bosque, y quería poner en evidencia esas diferencias.
Pau Vanaclocha
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