(3) LA BUENA VOZ, de Antonio Cuadri.

EL CINE COMO ESPEJO DE LA REALIDAD COTIDIANA
Tras su discreta incursión en el género cómico que dio lugar a las discutibles La gran vida (2000) y Eres mi héroe (2002), mucho más luminosas y gratificantes, el realizador andaluz Antonio Cuadri nos sorprende positivamente con un drama oscuro e intimista sobre el vacío que genera la pérdida de un ser querido y el descubrimiento tardío de una paternidad ignorada. Sin grandes despliegues y con una narración escueta pero incisiva, Cuadri convierte el cine en un espejo de la realidad cotidiana al mostrar el día a día de un taxista y su mujer, un matrimonio más o menos convencional erosionado por la monotonía y la falta de comunicación, definido con gran detalle y mostrado con gran sensibilidad. Una sincera reflexión sobre el amor pasados los cincuenta, la rutina, la traición y el perdón a partir de la vida de una pareja ya entrada en años que parece que todo lo tenga dicho y sólo el silencio, roto por algún que otro reproche, sirva de nexo de unión.
Sin duda lo mejor del film es la solidez y la complejidad de unos personajes enriquecidos con multitud de matices, interpretados con contundencia por estupendos actores –especialmente José Luis Gómez y Pilar Velázquez–, pero también destaca un sólido guión que marca el transcurso gradual, casi imperceptible, de dos importantes acontecimientos que permiten evolucionar a un personaje adscrito a un arquetipo claramente identificable –machista, conservador, con prejuicios difícilmente superables– hacia una actitud más tolerante y comprensiva que supone aceptar un hijo homosexual portador del virus del SIDA. Todo ello sin crear situaciones forzadas o poco verosímiles, dejando plena libertad a los personajes que se comportan siempre con una naturalidad pasmosa. La buena voz, en ese sentido, recogería el testigo del mejor cine social con el valor añadido de la mirada neutral del director que renuncia a situarse moral e ideológicamente ante el hecho narrado y prescinde de ese tufillo ejemplarizante o aleccionador que poseen otros dramas de argumento similar, sobre todo los que nos llegan de otras cinematografías.
Es posible que el cúmulo de episodios dramáticos –son abundantes las situaciones conflictivas, llenas de tensión– proporcione, en determinados momentos, la sensación de folletín actualizado a nuestras coordenadas espacio-temporales. Pero nada más lejos de la realidad, pues nada se saca de contexto y los acontecimientos no son fruto de un guión artificioso sino que parece que sucedan porque esas cosas pasan. Algo muy difícil de conseguir en nuestro cine, pero que Antonio Cuadri logra aparentemente sin esfuerzo.
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