(2) LA CONDESA RUSA, de James Ivory.

ROMANCE EN TIEMPOS DE GUERRA
El veterano realizador James Ivory, autor de las imprescindibles Regreso a Howards End y Lo que queda del día, se ha convertido, valorando en conjunto su ingente filmografía, en uno de los mejores adaptadores de dramas de época en la actualidad. A sus fuentes literarias más recurrentes –entre las que se incluyen obras de Henry James, Edward Morgan Foster y Kazuo Ishiguro– les ha dado vida en la gran pantalla siempre con una respetuosa fidelidad artística, centrándose –formal y conceptualmente– en la plasmación visual de historias emotivas de cargado trasfondo psicológico ambientadas en épocas dispares pero totalmente reconocibles. Por eso su estilo se ha caracterizado por un academicismo excesivamente preciosista y teatral, estudiado hasta el mínimo detalle, basado en la pulcritud escénica y una encomiable profesionalidad interpretativa. En ocasiones el resultado ha sido excepcional, como los ejemplos antes mencionados, pero otras veces, como en esta ocasión, se plantean algunas dudas razonables.
La condesa rusa, cuyo guión ha sido escrito por el novelista Kazuo Ishiguro, narra la historia de amor entre un diplomático estadounidense desencantado tras el fracaso de la Sociedad de Naciones en el período de entreguerras –no hay que olvidar que parte de la culpa de ese fracaso fue la política aislacionista de Estados Unidos, que la creó tras la victoria aliada de la Gran Guerra, pero se desentendió posteriormente– y una condesa rusa que, tras huir con su familia aristocrática de su país por el triunfo de la revolución bolchevique, se ve obligada a bailar y prostituirse para sobrevivir, ganándose el desprecio de algunos de sus seres queridos. El contexto es Shanghai a lo largo de 1936, una ciudad por aquel entonces al borde del abismo por los acontecimientos políticos –la guerra civil china entre nacionalistas y comunistas, el ambiente prebélico de un Japón expansionista preparándose para una inminente invasión, el saqueo colonialista de las potencias europeas– que conducirían irremediablemente a la 2ª Guerra Mundial. Pero desgraciadamente el contexto es aquí un pretexto, un mero marco de un melodrama con tendencia al folletín decimonónico. Una historia que reclama, debido a su frialdad y la ausencia de mayor profundidad, una mayor intensidad en el tratamiento de los conflictos internos de los personajes, más planos de lo que nos tiene acostumbrados el realizador estadounidense.
En definitiva, un correcto –estéticamente hablando– pero insuficiente ejercicio narrativo que se queda entre lo convencional y lo anecdótico. Una obra menor del reconocido cineasta que ha decidido conservar intacta su manera de entender el cine desde el inicio de su carrera sin darse cuenta de cómo ha ido evolucionando éste a lo largo de los años.
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