(2) SYRIANA, de Stephen Gaghan.

EL POLVORÍN DE ORIENTE MEDIO
En ocasiones la realidad proporciona el contexto ideal para la elaboración de interesantes películas, independientemente de la factura técnica y artística de las mismas. El director estadounidense Stephen Gaghan firma un buen ejemplo de thriller político —un género de capa caída en los últimos años, pero que sin duda la política internacional llevada a cabo por Estados Unidos tras los ataques terroristas del 11-S ha permitido su resurrección—, sobre la compleja red de intereses económicos y políticos que existe en la zona más conflictiva del planeta, Oriente Medio, y sus funestas consecuencias, fundamentalmente la pobreza, la injusticia y el terrorismo.
El petróleo y sus derivados energéticos es la fuente que alimenta la economía global y Gaghan se encarga de denunciar, sin tapujos, la corrupción que engrasa los negocios petrolíferos, la inestabilidad política y económica de los países árabes, la presencia de la CIA en la zona atentando contra los que no apoyan los intereses del imperio y el empuje del fundamentalismo islámico, que usando un discurso victimista y ensalzando la venganza y la violencia contra Occidente, adoctrina a jóvenes sin recursos para convertirlos en eficientes terroristas. En Syriana hay una pretensión honesta y sincera —sin moralismos ni juicios de valor que permite mostrar a los terroristas no como marionetas o monstruos sino como personas que, en una situación desesperada, son obligadas a actuar sin reflexionar en lo que hacen, es decir, son presentadas como víctimas— a la hora de analizar todos estos elementos que confeccionan un puzzle bastante aproximado de la realidad de esa parte del planeta.
Syriana se presenta como un film serio y coherente, osado en su mensaje y crítico contra la política de George W. Bush, si bien posee una estructura narrativa que puede llegar a confundir al espectador, debido a la fragmentación sin orden ni concierto de las diferentes tramas que se desarrollan paralelamente y cuyas piezas no terminan de encajar a la perfección, y unos personajes carentes de implicaciones emocionales que impiden la identificación del público y por tanto, la implicación en aquello que se narra.
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