(2) IRÉNE, de Ivan Calbérac.

VIDA DE SOLTERA
Este primer largometraje de Ivan Calbérac es uno de esos relatos, hábil mezcla de comedia costumbrista y retazos de drama psicológico, que combinan la certera observación de la vida cotidiana con unos esquemas narrativos en los que el aroma del romanticismo deja su huella bien marcada para que el espectador salga satisfecho de la sala. La protagonista es una muchacha de 30 años, abogada de una empresa sita en el barrio parisino de La Défense, que trata de poner remedio a su soltería. Pese a ser atractiva, con un buen trabajo y ocupar un magnífico apartamento, no encuentra el hombre ideal, ese amor perfecto que le proporcione esa felicidad que la educación tradicional ha identificado con la mágica aparición del “príncipe azul”.
Desde Ally McBeal y Bridget Jones, el tema ha sido recurrente, con la paradoja de que la facilidad para entrablar relaciones sentimentales y sexuales en la gran ciudad no logra evitar en ellas la sensación de soledad, frustración y cierta tendencia a la neurosis. Entre el campo de donde procede y de la ciudad donde vive y trabaja, Iréne parece no encontrar su lugar en el mundo y sus esperanzas no llegan a materializarse, obligada a vivir entre la realidad y los sueños, entre la rutina y la fantasía.
Sus dos experiencias amorosas no prosperan satisfactoriamente, los consejos de sus amigas sirven para poco, sus padres son una antigualla e incluso su jefe se queda sin trabajo y abandonado. Pero al realizador no le interesa dar una visión pesimista de la existencia y los contratiempos de la protagonista sólo funcionan como pretexto para el humor. Una fotografía en todo momento clara y luminosa evidencia las intenciones del realizador: mostrar deleitándose los apuros de la treintañera aspirante a esposa y madre cuyo reloj biológico amenaza con pasarse de la hora, sumida sin embargo en la necesidad de perder su independencia y libertad.
En la película, el intento de introducir elementos de los cuentos de hadas no acaba de funcionar en un relato contemporáneo y básicamente urbano como Iréne, lastrado por una superficialidad que no remedia del todo su desenlace ejemplar: la joven frustrada supera sus miedos, abriéndose a la posibilidad de nuevas relaciones y dando paso definitivo hacia la madurez personal.
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