(1) LAS CRÓNICAS DE NARNIA: EL LEÓN, LA BRUJA Y EL ARMARIO, de Andrew Adamson.

INICIO DE UNA SAGA
El género fantástico, mezclado con no pocas dosis de aventuras, está acaparando en los últimos años los títulos más exitosos del cine más comercial, convirtiendo además conocidas obras literarias en auténticos fenómenos sociales, como la trilogía de J. R. R. Tolkien o la saga de Harry Potter. Sería interesante analizar el por qué, aunque sin duda el desarrollo de la tecnología digital, la conversión del cine de Hollywood en un mero espectáculo audiovisual y la cada vez mayor necesidad de evasión y entretenimiento en una sociedad insensibilizada por los grandes problemas sociales y políticos de la actualidad son elementos que favorecen esta tendencia. Las crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario no es sino la confirmación de esa búsqueda del «no va más» tecnológico que sustituye el fondo por la forma y transmite, sutil pero incesantemente, valores tradicionales y actitudes conformistas eliminando cualquier complejidad argumental o conceptual que obligue a pensar más de lo necesario.
Esta superproducción de los estudios Disney —última oportunidad para salir de la crisis económica que sufre—, que sigue la línea épica y recupera la imaginería visual y mitológica de El señor de los Anillos, es una discreta adaptación de la obra magna del célebre escritor británico C. S. Lewis, coetáneo y amigo de Tolkien, cuya influencia a la hora de diseñar los escenarios y los personajes que aparecen es más que evidente. Las crónicas de Narnia: el león, la bruja y el armario es una historia familiar con estructura de cuento que narra las aventuras de cuatro hermanos que descubren, dentro de un armario, la entrada a un lugar fantástico condenado al invierno eterno, poblado por animales que hablan y gobernado cruelmente por una bruja malvada. Nada más salir del armario —sin ninguna alusión a la preferencia sexual de sus jovencísimos protagonistas asexuados— descubren que, según una profecía que prevé la llegada de los reyes legítimos de Narnia, son los elegidos para liberar ese país de las malas artes de la antagonista. Con ayuda del león Aslan, figura paterna llena de bondad y justicia —casi siempre presente en las producciones de Disney—, lograrán restaurar la paz y la libertad.
Los únicos elementos destacables, por tanto, son los sorprendentes efectos especiales que otorgan un realismo nunca alcanzado antes, integrando con armonía y credibilidad personajes reales y virtuales, y la plasmación visual de un mundo de fantasía donde convive todo tipo de criaturas surgidas de la mitología y la imaginación desbordante del autor. No obstante, tanto derroche de creatividad y trabajo informático no implica un tratamiento sólido, por no decir profundo, de lo que se narra. En ese sentido la película peca de superficial e infantil, reduciendo personajes, acciones y sentimientos a categorías morales: buenos o malos, amigos o enemigos, blanco o negro. No hay matices que enriquezcan la historia y den profundidad al resultado final. El realizador de Shrek y Shrek 2 abandona la irreverencia y la crítica a lo convencional que caracterizó sus anteriores trabajos para integrarse, en su primer film de personajes reales, en el discurso fácil y previsible de un cine fabricado industrialmente a base de fórmulas de éxito en taquilla pero carentes de la suficiente personalidad.
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