(1) PLAN DE VUELO: DESAPARECIDA, de Robert Schwentke.

UNA BÚSQUEDA DESESPERADA
En apenas mes y medio se han estrenado dos thrillers estadounidenses que transcurren, íntegra o parcialmente, en el interior de un avión. Tanto Vuelo nocturno (2005), de Wes Craven, como Plan de vuelo: Desaparecida, opera prima del alemán Robert Schwentke, se sirven de la paranoia creada tras los terribles atentados del 11-S y su consecuente obsesión por la seguridad aérea para contar una historia repleta de acción y suspense —que recordaría, por lo bien planteado, a los ya clásicos hitchcockianos— planificada con maestría —la sensación de claustrofobia provocada por el limitado espacio del avión refuerza la ansiedad y la desesperación de las protagonistas— y narrada con gran eficacia —ritmo ágil y creciente hasta el clímax—.
En ese sentido, el cine de Hollywood se ha convertido, por méritos propios, en un modelo ejemplar de discurso fílmico tanto por la manera de presentar personajes como de introducir y desarrollar la acción. No en vano esta industria lleva casi cien años elaborando productos de indudable orientación comercial. El problema siempre viene de la mano de la nula credibilidad de la historia, la escasa solidez de los personajes, así como el previsible y convencional desenlace que suele estropear el resultado final.
Plan de vuelo: Desaparecida contiene una primera hora intensa y emocionante. La desaparición de una niña en pleno vuelo hace que la lógica inquietud de la madre se vaya transformando poco a poco en miedo, éste en ansiedad y finalmente en una incontrolable desesperación que la obliga a tomar la iniciativa, que es cuando el relato pasa del drama matizado por el suspense al típico film de acción en el que el/la héroe/heroína descubre la trama y detiene, cuando no elimina físicamente, al antagonista. Este punto de inflexión, que coincide además con el descubrimiento de los culpables y su malvado plan, sucede irremediablemente y llega un momento en que el personaje de Jodie Foster sube y baja por los entresijos de la nave como el personaje de Bruce Willis iba y venía por los túneles de ventilación y el hueco del ascensor de un rascacielos o en los sótanos de un aeropuerto en la interminable saga de La jungla de cristal. Una vez descubierto el entuerto —más rebuscado no puede ser— todo lo que enganchaba al espectador, esto es, el suspense de saber dónde está la niña, quien la ha secuestrado y especialmente por qué lo hace se evapora, y surge la pregunta final: no ya el cómo se resolverá sino el cuándo.
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