(3) COOL, de Theo van Gogh.

DELINCUENTES JUVENILES
De este cineasta holandés, descendiente directo del célebre pintor postimpresionista, desconocíamos en nuestro país todas sus numerosas películas, pero su nombre salió a la fama internacional con motivo de su asesinato en Amsterdam, el 2 de noviembre de 2004, cuando tenía 47 años de edad. Los criminales fueron unos fanáticos islamistas ofendidos por la emisión en TV, en agosto de ese año, del film Submission, considerado insultante para los musulmanes. Theo van Gogh era ya muy conocido en Holanda como escritor, periodista, realizador de cine y presentador de TV, destacando por sus opiniones apasionadas y radicales pero casi siempre acogidas favorablemente por crítica y público.
Firme defensor de la libertad de expresión y constante sembrador de polémicas desde diferentes tribunas, el cineasta se había creado numerosos enemigos tanto en el terreno de la cultura como en el de la política. Sin embargo, Cool, uno de sus últimos films, adopta un punto de vista sobre la delincuencia juvenil bastante ortodoxo y políticamente correcto, aderezado con grandes dosis de ironía y sarcasmo.
Se estructura el relato en tres bloques temporales divididos por un flashback central mediante el que se muestra la formación y evolución de un grupo de cinco amigos dedicados a cometer diversos delitos que, impulsados por un gángster y su novia, deciden realizar el atraco a un banco. La originalidad reside en la forma en que el realizador lo aborda, con todas las características de una producción independiente pero llena de talento y modernidad, con la cámara a mano, la iluminación imprescindible, los planos cercanos, un montaje ágil con un tratamiento dinámico del tiempo y del espacio, con música rap en su banda sonora, con actores profesionales junto a auténticos delincuentes juveniles, etc.
Fracasado el atraco al banco, la policía conduce a los muchachos al reformatorio experimental, pero la violencia curativa de La naranja mecánica es sustituída aquí por un sistema colectivista de cooperación y creatividad que fomenta las relaciones pacíficas y las decisiones compartidas: una terapia resocializadora cara a un mundo exterior lleno de peligros y tentaciones. En conjunto, da la impresión de que Cool es un cine modesto pero vivo, tan comprometido como respetuoso. La crónica sobre estos chicos rebeldes frente a la sociedad que los margina está llena de ruido y furia, pero es fiel a una realidad que es contemplada de forma comprensiva aunque no cómplice.
Van Gogh, desde una óptica libre de todo prejuicio, capta con respeto el panorama juvenil sin traza alguna de racismo ni de moralismo. Los inmigrantes magrebíes violan las leyes por motivos socioeconómicos y no por el color oscuro de su piel. Y después del tratamiento regenerador, se les ofrece la posibilidad de elegir entre adaptarse mediante un trabajo profesional, convertirse en confidentes de la policía o seguir delinquiendo. El cineasta lo cuento todo con humor, perspicacia y honestidad. Vale la pena.
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