PEDRO PÉREZ ROSADO, director de «AGUA CON SAL»

«MI PELÍCULA ES, EN ESENCIA, UNA HISTORIA DE MUJERES PERDEDORAS»
Pedro Pérez Rosado se ha convertido, por méritos propios, en un referente dentro de la cinematografía valenciana. Curtido en el documental, género que cultivó en Chiapas: el dolor del sueño, Las cenizas del volcán, Sáhara: llamando a las puertas del cielo y Nicaragua, lejos de los focos, en los que se acercaba a tres conflictos políticos cuyas heridas no han cicatrizado aún, se lanzó a la ficción con Cuentos de guerra saharaui (2003), una visión desgarradora de la lucha del pueblo saharaui por su independencia. Ahora estrena su último film, Agua con sal, que narra la historia de dos jóvenes mujeres que se limitan a sobrevivir en un contexto adverso, sufriendo la explotación laboral y acumulando insatisfacción personal por no alcanzar sus sueños. Una crónica nada amable de la inmigración y la marginación de la mano de un inconformista declarado.
Sigues agitando conciencias por la vía de la denuncia, pero mientras en tus anteriores trabajos hablabas de conflictos lejanos, en tu segundo largometraje de ficción muestras la injusticia que hay aquí mismo.
Sí, es curioso. Fíjate que tengo la impresión de que en esta película he viajado más que en mis anteriores trabajos. Pese a que esta historia sucede aquí, en cualquier barrio de cualquier pueblo o ciudad de Valencia, tengo la sensación de que he cruzado fronteras muy cercanas que ni sospechaba que existían. Porque claro que hay marginación, hay pobreza, hay prostitución, pero piensas que están en otra parte, lejos. Creo sinceramente que es la historia más universal que he contado, aunque en las anteriores películas haya hablado de Chiapas, del Sáhara o de Nicaragua. Al principio queríamos contar un problema de inmigrantes, pero enseguida nos cautivó la posibilidad de darle otra dimensión, contar la vida miserable de gente normal, no sólo inmigrantes, sino de personas que podrían pasar por tu vecina, amiga o conocida.
¿Cómo surge la idea de Agua con sal?
Surge ni más ni menos de una mirada de la realidad que me propuso mi guionista. Lilian me animó a dejar de mirar la realidad de fuera y centrarme en la realidad más cercana. Recuerdo que para documentarse se fue a trabajar a una fábrica durante dos semanas y nada más volver escribió de una sentada más de cincuenta folios. Yo mismo me sorprendí de la magnitud del problema, aunque era consciente de la terrible situación que viven muchas mujeres, inmigrantes o no, explotadas laboralmente y maltratadas psicológicamente.
Las mujeres son las protagonistas absolutas del film. En tu análisis de la marginación social pones énfasis en su doble condición de víctimas: por ser pobres y por ser mujeres.
Todos los trabajos que había realizado hasta ahora trataban sobre figuras masculinas, y me interesaba contar algo protagonizado por mujeres. De hecho Agua con sal habla de la supervivencia de la mujer. Es, en esencia, una historia de mujeres perdedoras. Estaba muy interesado en entrar en el mundo de la mujer, pero tenía pánico porque no sabía cómo enfocarla, cómo describirla. Me planteé quitarle a la imagen superficial, tópica y convencional de la mujer su primera capa para descubrir esa mujer que trabaja duramente cada día, explotada legal o ilegalmente, que recibe malos tratos físicos o psicológicos, que es tratada como una esclava. He mostrado a la mujer como víctima social por un lado y superviviente por otro.
Tu cine siempre ha tenido un claro componente social, y en ese sentido siempre has pecado de pesimista y escéptico, pero tu rechazo a los finales felices empieza a ser algo característico.
(Risas) Seguramente soy pesimista y escéptico porque lo que veo no me gusta, y mi espíritu crítico me empuja a denunciar las injusticias, pero no coincido contigo en que huya de los finales felices. Puede que no consigan hacer realidad sus deseos, sus metas, pero creo que al final logran algo importantísimo de lo que carecían al principio: dignidad. Es un final duro, abierto, pero también optimista para unos personajes marginales pertenecientes a un sector de la sociedad que no aparece en los medios de comunicación porque es incómoda su presencia y no representan precisamente esa imagen de éxito y fama que es la que, en última instancia, se vende.
Desde tu posición de privilegio, ¿cómo ves la situación del cine valenciano?
La situación de ahora con respecto a hace cinco años es indudablemente mejor, pero sólo para una minoría. Me considero afortunado por pertenecer a ese pequeño grupo, pero pienso que a pesar de la gran apuesta que las autoridades han realizado no hay resultados en cuanto a producción y calidad. Es algo injusto porque profesionales hay. En 2005 estamos mejor que en las décadas pasadas, pero de cara al gran aparato económico del audiovisual valenciano todavía el resultado es muy pobre. Hay que mejorarlo.
Pau Vanaclocha
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