EDUARDO MIGNOGNA, DIRECTOR DE «EL VIENTO»

«EL VIENTO ES LA METÁFORA DE AQUELLO QUE ECHAMOS DE MENOS»
Fiel a su estilo intimista e influenciado por su experiencia literaria, el escritor, director y guionista argentino Eduardo Mignogna se introduce con su nueva película, El viento, en un drama de reencuentros protagonizado por el incombustible Federico Luppi, con el que ya había trabajado en Sol de Otoño (1996), y una joven y emergente Antonella Costa, que también había colaborado con él en La fuga (2001).
Has comentado en más de una ocasión que El viento es la película que desde siempre has soñado hacer.
Y no lo decía en broma, la idea de la película nace desde que tengo uso de razón. Llevo toda la vida soñando escribir algo relacionado con la búsqueda de la identidad, el sentimiento de culpa, la redención, la justicia, el amor, y especialmente, el dolor provocado por la muerte de una madre.
¿Qué significado tiene el viento en tu film? ¿Por qué se titula así tu película?
El viento es una metáfora de todo aquello que echamos de menos, evoca los orígenes de las personas. En este caso hace referencia a la Patagonia, que es la zona donde nacieron Frank y Alina. La gente de la Patagonia vive marcada por el viento, que a veces es tórrido y a veces es helado sin término medio, y quizá eso determina o condiciona el carácter o la forma de ser de las personas. Los habitantes de la Patagonia suelen ser muy secos, muy huraños y además caminan mirando al suelo.
El viento narra el reencuentro, siempre conflictivo, entre dos personas muy distintas, un abuelo y su nieta, tras un trágico suceso.
La excusa de ese reencuentro es informar a la nieta de la muerte de un ser querido. Pero realmente hay muchos silencios y heridas todavía abiertas que deben ser resueltas entre ambos personajes. Además este reencuentro se produce en un momento de sus vidas en el que se encuentran más desorientados y, aunque suene paradójico porque pronto surgen sus diferencias y desencuentros, más se necesitan mutuamente.
Logras remarcar las diferencias no solamente generacionales sino también en cuanto a modos de vida, poniendo de relieve el enfrentamiento entre el mundo rural y el urbano.
Quizá no tanto entre el mundo rural y urbano sino que el enfrentamiento se produce más en el ámbito de los principios. Efectivamente, existen dos mundos antagónicos entre los dos protagonistas, primero porque como tú dices hay una brecha generacional importante pero además Alina es una muchacha que ha pasado sus últimos diez años en la ciudad tras dejar el pueblo que la vio nacer, y Frank es un hombre que no ha salido nunca de su lugar de nacimiento y por tanto nunca ha actuado en contra de sus principios ni nunca ha renunciado a ellos. Me interesaba mucho resaltar esto porque ella sí ha condescendido, ha tenido que renunciar a ellos para adaptarse a la vida cotidiana de la ciudad, el ajetreo de la gente, el anonimato que permite tal agrupamiento de población. Y si bien la protagonista ha echado raíces allí ya que emigró de niña a Buenos Aires para estudiar y más tarde para trabajar, sabe de qué habla el abuelo, ella conoce el mundo en blanco y negro del que proviene, la importancia del honor y los principios y convicciones que posee. Simplemente tuvo que relativizarlos, condescender con los grises que supone vivir en la ciudad.
¿Qué quieres decir exactamente con eso?
La ciudad, y todo lo que ella conlleva de anonimato, la vida moderna siempre con prisas y la ausencia de lazos emocionales y sistemas de control social que sí existen en los pueblos, permite encubrir deslices, permite que uno pueda encontrar algunas zonas que no digo que sean ilegales pero que se acercan a las transgresiones éticas. Y es que la cultura urbana no es igual que la rural. Seguramente ella no estaba acostumbrada a llegar a un cine y al no haber entrada tener que darle un pequeño soborno al que vende para poder entrar a ver la película. O pagar una pequeña cantidad a un policía para evitar que le pongan una multa por cometer una infracción mientras conduce. Pero al vivir en la ciudad uno se acostumbra a realizar esos «pequeños asesinatos a la ética» y van cubriendo una nueva manera de ser.
Vuelves a contar con Federico Luppi para protagonizar una película tuya tras Sol de Otoño (1996). ¿Cómo ha sido el reencuentro entre director y actor?
Yo escribí el papel para él, cosa que nunca hago. Jamás escribo para nadie porque tengo miedo de que después por agenda o por otros motivos el actor no pueda participar en la película. Tendría un sentimiento de duelo y me vería obligado a mentir cuando apareciera el verdadero actor que hace la película. Federico Luppi es toda una garantía de profesionalidad. Trabajó el personaje muy creativamente. Le dotó de una gran profundidad y unas matizaciones muy valiosas que luego justifican parte de su comportamiento. Gestos y diálogos a los que sólo él puede dar una solemnidad y un dramatismo grandiosos.
Pau Vanaclocha
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