(2) LA ISLA, de Michael Bay.

LA HUIDA DEL “PARAÍSO”
Coproducción entre Warner y DreamWorks protagonizada por Ewan McGregor y Scarlet Johansson, con Steve Buscemi en un papel secundario, con abundantes medios materiales destinados al diseño de decorados y vestuario, cientos de figurantes, efectos especiales, manejos digitales y vehículos de diversas clases y tamaños. La isla es un relato de ciencia-ficción futurista que se va convirtiendo paulatina y fatalmente en un adocenado producto de acción con algunos elementos de terror incorporados a su trama.
El discurso cuajado de interesantes reflexiones sobre los límites éticos en la ciencia y en los negocios apenas se mantiene durante 45 minutos y se convierte en una mascletà de sensaciones y de emociones primarias en los 80 minutos restantes, con tiros, explosiones y de persecuciones que acompañan la larga huida de los protagonistas, un modelo de narrativa basada en el trucaje de imágenes habitual en el cine comercial USA, consistente en una sucesión vertiginosa de planos de muy corta duración cuya visión de conjunto produce una impresión de movimiento acelerado cuyo exagerado ritmo, producido mediante el montaje, impide captar adecuadamente aquello que en realidad muestra la pantalla.
No es nueva, aunque sí brillante, la idea de la ciudad subterránea, aislada de la contaminación exterior y poblada por disciplinados y laboriosos clones humanos, privado de sentimientos y de impulsos sexuales en un sistema dictatorial cuya única esperanza es resultar agraciado en una lotería cuyo premio es ir a “la isla”, un pretendido paraíso natural que viene a encarnar la idea de felicidad. Pero todo resulta ser una gran mentira: se trata de un negocio fabuloso para suministrar órganos de repuesto encargados previamente por enfermos de gran poder económico.
Pero cualquier comparación de La isla con ilustres antecedentes como Metrópolis (1927), Con la muerte en los talones (1959) o Fahrenheit 451 (1966) sería un sacrilegio. Las abundantes y sugestivas ideas de su planteamiento como metáfora quedan desvirtuadas a lo largo de la proyección porque lo convencional se va imponiendo a lo racional y las leyes del negocio y del espectáculo matan cualquier posibilidad de raciocinio.
En resumen, el gran negocio de un film espectacular y de elevado presupuesto que en el fondo no cuestiona nada de lo que aparenta criticar.
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