(3) CINEASTAS CONTRA MAGNATES, de Carles Benpar.

NEGOCIO CONTRA CULTURA
Siempre se ha dicho que el cine era a la vez Arte e Industria, pero habitualmente las razones del dinero han prevalecido sobre los valores de la cultura, especialmente en EE.UU. donde la propiedad de los films corresponde por completo a los productores, sin consideración alguna hacia los derechos morales de los realizadores, considerados en Europa los verdaderos autores de las obras cinematográficas. En esta lucha desigual lo que se pide es el respeto a los productos fílmicos tal y como salen de las manos de sus directores, de sus creadores.
Existe por desgracia un amplio catálogo de manipulaciones efectuadas a lo largo del siglo XX, alteraciones generalmente supeditadas al logro de un mayor beneficio económico por parte de los productores, distribuidores y exhibidores, consistentes en alterar el formato, la duración, el color, la banda sonora o el montaje de las obras originales. Estas prácticas han sido moneda corriente especialmente en TV, concretamente con el paso del scope al formato panorámico mediante el recorte de las franjas laterales del encuadre, con desvirtuación absoluta del sentido expresivo de los planos, una barbaridad que tuvo un ilustre precedente histórico: Felipe II autorizó el recorte a lo ancho de una “Última cena” de Tiziano para que el cuadro cupiera en una pared de El Escorial.
Una práctica similar se generalizó en los años 70 en España, con el paso de películas clásicas, en panorámico, al formato 70 mm., lo que permitía legalmente aumentar el precio de las localidades a costa de recortar los márgenes superior e inferior del fotograma, y por tanto de las imágenes allí impresas. Y en Italia también fue famosa la polémica, en los años 80, entre cineastas y cadenas de TV, que interrumpían la emisión de las películas para introducir numerosos e interminables bloques de publicidad.
Desde la Cartelera Turia siempre hemos deunciado, por estafa al espectador y atentado artístico, además de las tropelías de la censura durante la etapa franquista, los abusos fraudulentos de algunos empresarios a costa de la integridad de las cintas, pero sin resultado práctico alguno. Frente a esta impunidad surgió la alianza de directores, escritores, historiadores y críticos de cine en el “Manifiesto de Barcelona” (1987), con presencia de Fried Zinnemann y de George Sidney, la “Declaración de Delfos” (1988) y los testimonios de famosos directores de cine ante el Congreso de EE.UU. (1994).
El film de Carles Benpar, un apasionado cinéfilo, es un dossier tan interesante como imprescindible para los espectadores que deseen informarse de cómo con demasiada frecuencia no sólo les han tomado el pelo sino también el dinero. Basado en un libro del propio director, Cineastas contra magnates requirió tres años de trabajo entre preparación y elaboración y es un documento en el que se mezclan géneros y estilos diversos. Una bella señorita hace de guía informativa, recreaciones argumentales, imágenes de archivo, fragmentos de películas y entrevistas a más de 40 cineastas, entre los que figuran Fellini, Penn, Fleisher, Woody Allen, Cardiff, Pollack, Huston, Forman y B. Lancaster.
Un film de enorme valor didáctico pero nunca pedante, una documentada denuncia sin rastro de dogmatismo y una contundente crítica sin que la indignación llega a enturbiar la lucidez. Los tribunales ya han dictado varias sentencias a favor del derecho moral de los autores a la integridad de sus películas. Y Carles Benpar ya anuncia una segunda parte. Atentos, pues.
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