(2) MI PADRE ES INGENIERO, de Robert Guédiguian.

EL SILENCIO DE NATACHA
Guédiguian nos sorprende con un estilo y unas propuestas bastante alejadas de la sencillez narrativa y de la ortodoxa militancia izquierdista de casi todas sus obras. Frente al optimismo vital de antaño, la melancolía hace su aparición y, con ella, el desconcierto y quizá el desencanto tras constatar la omnipresencia victoriosa del mal en el mundo -violencia, pobreza, odio, racismo, etc.- al mismo tiempo que se hunden las grandes utopías y se evidencia la limitada efectividad política de los partidos tradicionales.
Como ya sucedió hace más de una década con Bertolucci, este film vendría a proponer un repliegue a ámbitos más personales, a un compromiso con el trabajo cotidiano a favor de los más desfavorecidos, sustituyendo los postulados progresistas basados en teorías generales por opciones morales y sentimentales que enlazarían con la voluntad del Papa Juan XXIII y sus teólogos abiertos al mundo contemporáneo -Concilio Vaticano II-, de compaginar cristianismo y socialismo, con una apelación a la bondad humana, al amor universal y a la solidaridad con todos los desheredados del mundo.
Realizada en Marsella y con sus protagonistas habituales (Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin), Mi padre es ingeniero presenta además la novedad de prescindir del costumbrismo para articular el relato con símbolos y metáforas, recurriendo a una especie de representación de la Natividad en el que José y María asumieran la encarnación de todos los pobres, emigrantes y desplazados, víctimas del egoísmo y de los prejuicios.
El film se estructura mediante varios flashbacks y una voz en off que sirven para distinguir el presente del pasado, dos bloques temporales marcados por la separación de la pareja y su reencuentro años después.
La película es, sobre todo, una reivindicación del amor a través d elos tiempos y de la solidaridad con los más necesitados, virtudes individuales que se asocian a una especial concepción evangélica, no religiosa sino centrada en valores humanistas y laicos, especialmente vinculados a la fraternidad universal. La Navidad y el nacimiento del niño como una fábula portadora de una mirada distanciada sobre el mundo actual. Una historia de amor libre, sin lazos burocráticos, cuya evolución incluye la separación y reencuentro entre los protagonistas, descartando el trabajo en las alturas del poder en favor de la modesta labor sanitaria en el barrio.
Pero el discurso ideológico del film presenta no pocos aspectos discutibles, con una excesiva carga de buenos sentimientos y con simbolismos bienintencionados como la pareja interracial de adolescentes enamorados como puerta abierta al futuro. Las dudas se acumulan. Una vez caído el “Telón de acero” y fracasado el socialismo real de los países del Este, ¿en qué ha de basarse el cuerpo teórico de la izquierda? ¿Es la película una revisión autocrítica o una simple muestra de desorientación y escapismo? ¿Evidencia la búsqueda de un nuevo pensamiento político o la pérdida de la coherencia lógica anterior? ¿Pueden la fe, la esperanza y la caridad, en versión laica, sustituir al materialismo histórico y la lucha de clases?
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