(4) NADIE SABE, de Hirokazu Kore-eda.

CONMOVEDORA CRÓNICA DEL ABANDONO
Nadie puede salir indiferente ante los hechos que se narran en Nadie sabe, el último film del reconocido realizador Hirokazu Kore-eda. Digo «reconocido» porque no ha dejado de cosechar premios en festivales internacionales —mejor director en Venecia por Maborosi en 1995; premio de la crítica en San Sebastián por After life en 1998; premio al mejor actor en Cannes para Yuya Yagira por Nadie sabe en 2004— a pesar de no haber estrenado hasta ahora ningún film en las pantallas comerciales españolas. Curtido en el género documental, con el que desarrolló una mirada crítica de marcado trasfondo social, el talentoso cineasta nipón realiza en su cuarto largometraje de ficción un sobrecogedor drama basado en hechos reales: el abandono de cuatro niños en un pequeño apartamento de Tokio. Este suceso, que sobrecogió a toda la sociedad japonesa a finales de los años 80, sirve para reflexionar sobre un problema social de gran envergadura: cientos de niños, según las frías estadísticas, viven ocultos al resto de la sociedad, al no ser declarados sus nacimientos. ¿Qué lleva a la madre a esconderlos de su casero y posteriormente a abandonarlos a su suerte? Kore-eda no pretende responder preguntas, pero se insinúa la presión social contra las madres solteras, las dificultades por encontrar alquiler y conseguir un trabajo. Pero es, seguramente, el escaso coeficiente intelectual de una madre egoísta que busca en un matrimonio la solución a sus miserias, la que la lleva a cometer semejante acto. Los niños, solos, tendrán que apañárselas para sobrevivir.
Este ejemplar relato sobre la indefensión de los niños abandonados respeta en todo momento el punto de vista de sus protagonistas, desorientados y vulnerables, ante el progresivo deterioro de sus condiciones de vida: sin dinero, les cortan la luz, el agua y el gas. El piso se convierte poco a poco en un basurero. Sin cuidados higiénicos, se convierten en vagabundos sin tener la conciencia de serlo. Con el tiempo, los momentos felices por la ausencia de autoridad maternal, sin ir al colegio, rodeados de juegos y chocolatinas, son sustituidos por un incómodo silencio que evidencia la pérdida de la inocencia, cuando sobre todo los hermanos mayores son conscientes de que algo no encaja. Es difícil encontrar una película sobre la infancia tan poco condescendiente. Pero, y esto es lo mejor de Nadie sabe, Kore-eda no pone énfasis en el drama, que podía transformar su propuesta en un cruel folletín, sino en el universo fantástico de la infancia: su inocente mirada, su amor incondicional, su tierna ingenuidad. El director narra con gran sensibilidad, de una forma pausada pero vitalista, fijando su cámara en cada gesto, en cada mirada, en los objetos personales cotidianos pero dotados de connotación —la laca de uñas, un piano de juguete, las sandalias que hacen ruido—. Se muestra el día a día de los niños en un espacio de menos de 40 metros cuadrados. La sensación de verosimilitud, gracias a la adopción de técnicas propias del documental, alcanza cotas difícilmente superables, especialmente en el caso de niños actores.
Un film que sorprende, a modo de conclusión, tanto por el tema que trata como por la inteligencia con que el realizador nos lo cuenta, a medio camino entre el realismo-naturalismo y el lenguaje poético.
Leave a reply
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.