(2) SAMARITAN GIRL, de Kim Ki-duk.

COLEGIALAS PERVERSAS
Decía Nabokov, a propósito de Lolita, que lo escandaloso no estaba en el texto de la novela sino en la mirada llena de prejuicios de sus lectores. El surcoreano Kim Ki-duk se apunta a esta tesis y demanda al espectador una apertura de mente que sea capaz de asumir un cine que su creador entiende situado más allá del bien y del mal.
Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Berlín 2004, Samaritan Girl se estructura en tres bloques narrativos que vienen establecidos por los conceptos de pecado, redención y venganza. En el primero, con la prostitución de una adolescente, la cámara se muestra complacida con la ingenua sensualidad de la chica que la mirada del director transmite al especatador. En el segundo, tras la muerte de la joven descarriada, la amiga emprende una cruzada samaritana, sexo incluido, con una pureza e inocencia que le impulsan a devolver el dinero a los antiguos clientes de aquélla. En el tercero, un padre abrumado y vengativo, obsesionado por confusas historias religiosas ligadas al cristianismo, emprende una misión justiciera y moralizante traducida en la muerte sangrienta de los pederastas.
Evidentemente, Kim Ki-duk no es Dreyer ni Bresson a la hora de explicar la dimensión ética y misteriosa de los actos humanos. Si cine destaca por la belleza de las imágenes, con perfectos encuadres, vistosos colores y equilibrados volúmenes, fruto de su formación pictórica, combinando hábilmente cine de autor con superficialidad y lirismo con sensacionalismo. Seguramente, la coherencia de Samaritan Girl hay que buscarla en tanto que ejercicio de provocación a la polémica como un ataque a la moral establecida y a las convenciones generalmente aceptadas, que ya antes habían realizado otros heterodoxos del cine, de Buñuel a Fassbinder o de Passolini a Oshima. La singuralidad del cineasta surcoreano reside no sólo en su osadía sino también en una ambigüedad mostrada con tanta frialdad como aparente falta de compromiso ante cuestiones como la violencia, la injusticia o el dolor humano.
En Samaritan Girl no hay estudio psicológico de los personajes ni suficiente atención a su contexto social y económico como motivaciones de la prostitución. Todo se nos presenta como un relato “objetivo” en el que los discursos moral e ideológico han sido sustituidos por la aséptica exposición de los hechos. Se olvida que ya Godard dijo que incluso un travelling o un encuadre era una cuestión de moral, es decir, de punto de vista.
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