(1) IN MY COUNTRY, de John Boorman.

DIFÍCIL RECONCILIACIÓN
El último film del veterano director inglés John Boorman resulta un confuso híbrido entre dos géneros que, si bien no contradictorios, poseen una intencionalidad y unos mecanismos narrativos casi opuestos. In my country se balancea entre el cine político (fundamentado en la reflexión teórica y la acción colectiva) que denuncia los crímenes durante el apartheid (1948-1991), el sanguinario régimen del conservador partido nacionalista Afrikaner, que promovió el desarrollo separado de las diferentes etnias, bajo la dirección de la blanca, considerada superior, y el drama romántico (fundamentado en la acción individual y la puesta en funcionamiento de los resortes emocionales del espectador) que narra el encuentro amoroso entre dos periodistas, un americano y una sudafricana, que cubren las sesiones de la Comisión por la Verdad y la Reconciliación en la que los acusados de torturas y asesinatos comparecieron ante sus víctimas en busca de la amnistía. Boorman no puede mantener por mucho tiempo un imposible equilibrio, de tal forma que nos presenta, con las falsas apariencias de un film de crítica política, lo que no es más que un efectista y convencional drama con tintes románticos. In my country —adaptación cinematográfica de la novela homónima de la poetisa sudafricana Antjie Krog— carece, pues, de análisis social, económico y cultural sobre las consecuencias del apartheid (racismo, pobreza, analfabetismo) que proporcione un trasfondo creíble y dé fuerza a su denuncia.
Por otra parte, los personajes no pueden ser más estereotipados: aparte de la escasa tensión pasional entre los protagonistas que hace poco creíble su affaire, el corresponsal estadounidense del «Washington Post», interpretado por Samuel L. Jackson, es un afroamericano que no comparte la idea de la reconciliación sin llegar a entender la cultura africana ni las profundas y complejas raíces del conflicto, mientras que la escritora sudafricana, interpretada por Juliette Binoche da la sensación de haber estado en las nubes hasta ese instante, pues es durante el transcurso de la comisión cuando se entera gracias a los testimonios de las víctimas de la gravedad de los actos cometidos por los blancos, incluidos miembros de su familia. De manera colateral, como si careciera de interés, se nos muestra fragmentada una entrevista del protagonista a un alto cargo del régimen Afrikaner —que bien podría haber sido el clímax de la película—, que trata de explicar el por qué de tanta violencia y tanto odio sobre los negros, mostrándose impasible ante su discurso que rememora la política genocida nazi. Sin embargo se centra en el sentimiento de culpabilidad de la infiel esposa, que termina contándole la verdad a su ingenuo marido para redimir sus pecados.
Lejos quedan The General (1998) o incluso El sastre de Panamá (2001), seguramente las dos mejores películas de John Boorman, un cineasta capaz de contextualizar sus historias en importantes y decisivos acontecimientos históricos pero que las acaba transformando en simples anécdotas para thrillers o dramas de lo más rutinarios.
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