(1) CONSTANTINE, de Francis Lawrence.

GUERRA CONTRA LOS DEMONIOS
Adscrita a la moda de adaptar personajes del cómic, que tan buen resultado —en taquilla, se entiende— le ha dado a la industria cinematográfica estadounidense, Constantine no es más que un producto de marketing cuyo diseño se basa casi exclusivamente en el uso de unos sorprendentes efectos especiales y en largas secuencias de acción.
La historia se convierte así en una mera excusa para ver al protagonista metido en una guerra contra los demonios —el ya tan manido conflicto entre el bien y el mal— que osan penetrar en nuestra dimensión, ya que posee poderes que le permiten identificarlos y unos conocimientos místicos que le convierten en un enemigo a temer.
Basada en Hellblazer, una novela gráfica de la línea Vértigo perteneciente al Universo DC, Constantine muestra, y en ese sentido respeta al cómic, a un héroe que reniega de serlo y que posee un perfil psicológico muy alejado del modelo habitual: escéptico, desconfiado, ambiguo moralmente y dotado de un sentido del humor ácido y corrosivo. Además es bebedor y fumador empedernido a pesar de sufrir un cáncer terminal en sus pulmones. Creado en 1987 por Alan Moore como un personaje secundario en el cómic «La cosa del pantano», pronto se convirtió en el protagonista de su propia serie.
Lástima que la película eluda la crítica social del cómic original, ya que en él aparecen reflejados el mundo de la marginación, plagado de delincuentes, neonazis, proxenetas y traficantes, así como la denuncia de corrupción de políticos, policías y jueces, todos ellos al servicio del infierno.
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