(3) LA NIÑA SANTA, de Lucrecia Martel.

LA MIRADA MÁS TURBADORA
El segundo largometraje de Lucrecia Martel, presentado en el pasado Festival de Cannes, es una coproducción entre Italia, Argentina y España que sitúa el relato en verano, en un hotel de la ciudad de La Ciénaga, donde se celebra un congreso de médicos otorrinolaringólogos. Estamos ante una parábola sobre el bien y el mal de lectura incómoda por diversos motivos, trazando la difusa frontera entre la inocencia y la perversidad a juzgar por los involuntarios efectos producidos.
El film, a partir del agnosticismo confeso de la directora, que recibió sin embargo educación religiosa en su infancia y en su adolescencia, incide en la contradicción generada entre la obsesión por la castidad y las irreprimibles fantasías sexuales poniendo de relieve la demencial mezcla de casuística y metafísica barajada en adoctrinamiento moral -vocación, misión trascendente, pecado, sentido de culpa, remordimiento, infierno, redención, etc.- de unas colegialas púberes que atraviesan esos convulsos años de curiosidad morbosa, despertar al sexo y deseos prohibidos mientras hablan en privado de besos con lengua, se masturban, copulan o se sienten lésbicamente atraídas. El modelo de cine de Buñuel, con su amalgama irónica y corrosiva de religión y sexo, es evidente.
Pero hay en La niña santa una visión oblicua de la cámara que hace más complicada su correcta interpretación, por el uso de elipsis narrativas y acciones fuera de campo, sutiles alusiones en los diálogos y unos encuadres desequilibrados en los que en centro de interés se halla desplazado con frecuencia a los márgenes de la imagen, lo que dificulta la clarificación de este relato metafórico cuya mirada se extiende también sobre una clase social, la pequeña burguesía argentina, incapaz de asumir lúcidamente la realidad y embarrancada en posturas decadentes e inmovilistas.
Lucrecia Martel pone en cuestión el dogmatismo católico tradicional y su sentido inívoco y petrificado de la vida, negando el concepto de divina providencia mediante la complejidad y diversidad existencial del ser humano, el caos reinante en el mundo y la soberanía de la libertad individual. La buscada ambigüedad del discurso fílmico, fundamentado en la falsa dicotomía entre cuerpo y alma, entre lo material y lo inmaterial, con abundantes referencias al ocio, el tedio y el aburrimiento -mostrados con productivos “tiempos muertos”- está reforzada por la abundancia de primeros planos de los personajes, con un espacio comprimido, diríase abstracto, que enlaza este singular film con los ilustres precedentes estilísticos de Bresson o Tarkovski. Todo ello requiere de la participación activa del espectador, que debe dar sentido al relato, una inteligente y transgresora parábola moral.
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