(1) POLAR EXPRESS, de Robert Zemeckis.

TREN CON DESTINO LA NAVIDAD
Libre adaptación de un breve cuento de Chris van Allsburg, autor también de Jumanji, Polar Express se inspira también en las porpias ilustraciones del libro original, pero las 15 páginas del texto han sido convertidos en 100 minutos de película por obvias razones puramente comeciales, con lo que el resultado inevitable es la sensación de forzado estiramiento de la historia y de estancamiento del ritmo narrativo.
Típico cine navideño para niños, con protagonismo de Santa Claus y su mágica ciudad de los juguetes ubicada en pleno Polo Norte, a donde se dirige un tren fantástico cargado de niños. Cine carente de conceptos o reflexiones aprovechables, este relato de aventuras se articula en torno a una serie de tópicos adobados con las consabidas recetas sentimentales ya inevitalbes en estas fechas. No falta tampoco la moraleja final, conservadora, sobre la necesidad de la fe, acomodada a todas las audiencias: el niño escéptico deberá creer en el mágico Papá Noel, el travieso tendrá que respetar a sus compañeros y al pobre sólo le queda el consuelo de confiar en el futuro.
Mención aparte merecen los abundantes efectos especiales que permiten filmar imágenes reales pero con un tratamiento digital por ordenador que las convierte en imágenes de animación, más espectaculares pero con un molesto efecto de asepsia cuya frialdad llega a neutralizar las enormes posibilidades de materializar los sueños y la imaginación gracias a la ayuda de las nuevas tecnologías. así, Tom Hanks se premite encarnar a cinco personajes distintos, pero sin las necesarias dosis de humanidad ni variedad de matices. Es el triunfo de la robótica. Y quizás el anuncio de un preocupante porvenir del cine de animación.
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