(1) EL FANTASMA DE LA ÓPERA, de Joel Schumacher.

PASTICHE SIN ESTILO
De la famosa novela El fantasma de la ópera escrita por el francés Gaston Leroux en 1911 se habían hecho diversas adaptaciones y versiones fílmicas, con mayor o menor fortuna, destacando las de Rupert Julian (1925), Arthur Lubin (1943), Terrence Fisher (1962), Brian de Palma (1974) y Dario Argento (1987). El megalómano Andrew Lloyd Webber no pudo resistirse a la tentación de elaborar un musical de este referente literario, que se estrenó en 1986 en Londres, cosechando numerosos premios y abultadas recaudaciones en taquilla. Ahora, finalmente,, se ha llevado al cine con guión y producción del mismo compositor, resultando un espectáculo tan fastuoso como superficial, un auténtico pastiche sin estilo propio, consecuencia del amasijo temático y estético de diversos referentes previos, con el pecado imperdonable del doblaje de las canciones originales en inglés, a un castellano chirriante que no logra sincronizarse bien con el movimiento de los labios de los actores.
Pese a no haber contado con intérpretes de reconocido prestigio, el esfuerzo económico en decorados y vestuario resulta evidente, aunque empalaga tanto lujo de cartón-piedra y hallamos diversas incoherencias entre la belle époque (1870 y 1919, los dos momentos clave de la obra) y el terror gótico, entre la ópera clásica y el musical rock made in USA o entre los abundantes resortes cómicos y el trasfondo dramático del relato.
Sólo dos o tres fragmentos musicales me resultan inspirados, el resto me suena a puro relleno, y tampoco se evita el repertorio de tópicos sobre el mundo de la ópera, nada que no hubiera sido utilizado ya en el folletín del s. XIX, un subgénero literario bastardo del Romanticismo que al menos contribuyó a educar en la lectura a las clases populares aunque fracasara en su denuncia de las injusticias sociales a caisa del predominio de los truculentos resortes lacrimógenos. Y el tema del monstruo, con su tragedia de soledad, fealdad y rechazo amoroso ya había sido abordado con anterioridad, con mayor acierto, en films antológicos como Freaks de Tod Browning, El jorobado de Nôtre Dame de William Dieterie o La bella y la bestia de Jean Cocteau.
En esta ocasión se evita mostrar explícitamente las relaciones amorosas, cuya naturaleza sexual se adivina, sin aprovechar las metáforas e implicaciones freudianas que la obra auspiciaba, no habiendo clarificado o explotado adecuadamente las contradicciones entre pasión y agradecimiento, entre sexo y vocación musical, entre juventud y riqueza. Para colmo de males, el film no sabe resolver la cuestión de la funcionalidad narrativa de las canciones, que aquí paralizan por completo el curso de la acción y repercuten negativamente en la progresión del relato. Un problema que ya supieron resolver los musicales USA de los años 50, de la mano maestra de Minnelli, Donen y Kelly.
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