JUAN JOSÉ CAMPANELLA, DIRECTOR DE «LUNA DE AVELLANEDA»

«”LUNA DE AVELLANEDA” ES AGRIDULCE PERO NO NOSTÁLGICA»
Gracias al éxito de películas como El mismo amor, la misma lluvia (1999) y El hijo de la novia (2001), el realizador argentino Juan José Campanella conquistó el cariño y el respeto tanto del público como de la crítica en España. La semana pasada estrenaba su último film, Luna de Avellaneda, una emotiva y contundente historia en la que los miembros de un club social de las afueras de Buenos Aires, azotado por las deudas y la crisis económica, se encuentran en la disyuntiva de vender o no el club para construir un casino.
¿Es la dura realidad, fiel reflejo, en que se encuentran sumidos los ciudadanos argentinos?
Obviamente que sí. Pero te diría aún más: se puede extender a la situación en la que está viviendo una gran parte de occidente y por lo que oigo hasta China. Mi intención fue siempre contar unos hechos universales, que se pudieran dar en cualquier lugar. Además, los protagonistas de la película toman dos posturas distintas, casi opuestas: unos apelan a los sentimientos y otros apelan a la razón. Queríamos mostrar estos dos argumentos que se están dando en la sociedad mundial, no queríamos dar una solución porque ésta excede a una película.
Es, seguramente, su film más político, en tanto que reflexiona, a través de los personajes, sobre el eterno debate entre la izquierda y la derecha: la defensa del servicio público frente a la tendencia imparable a la privatización.
Me han comentado algunas personas, no sin razón, que Luna de Avellaneda es una película no partidista, en el sentido de que no hago mención a los partidos políticos de mi país, no los implico en la trama. No obstante, coincido contigo en que contiene un discurso político lleno de reflexiones sobre la realidad económica y social existente en un contexto de globalización, de liberalismo a ultranza, del deterioro del Estado del bienestar… Antes se luchaba por las 8 horas diarias y las vacaciones pagadas y ahora la gente se contenta con un trabajo en miserables condiciones laborales, que roza la explotación. Nos mantuvimos a propósito fuera del ámbito político convencional pero la película es absolutamente política.
¿No puede pecar de nostálgica, con el mensaje de que cualquier tiempo pasado fue mejor?
Reconozco que es fácil caer en ese pensamiento pero no estoy de acuerdo. El carnaval del pasado nos salió tan potente que da la impresión de que la película aboga por volver a ese pasado. La verdad es que no fue nuestra intención, y de hecho creo que la mejor prueba de ello es que el personaje de Román no dice cómo recuperamos nuestro club sino cómo se hace un club nuevo. Hay que buscar una síntesis nueva, a lo pasado no se puede volver. La película es agridulce pero no nostálgica.
Los personajes de Luna de Avellaneda lloran y ríen en una misma secuencia, pasando del drama a la comedia con suma facilidad. ¿El resultado es una comedia dramática o un drama con tintes cómicos?
Desde el punto de vista purista son comedias, pero el condimento que tiene es que raramente, cuando estamos estructurando el guión, pensamos en una situación humorística, sino que las situaciones son dramáticas. Es comedia por los diálogos y por la propia definición de comedia, pero cuando definimos la trama, los hechos que van sucediendo, son situaciones dramáticas. Si te contara El hijo de la novia sin los chistes sería un drama, al igual que Luna de Avellaneda.
¿Cuál sería la receta para encontrar la justa medida en esa combinación eficaz de drama y comedia?
No hay fórmulas matemáticas para ello, se trata de algo instintivo. Quería equilibrar lo más posible ambos géneros: cuando uno cree que se está pasando de rosca en la comedia frena porque se corre el riesgo de perder potencia o cuando se acumulan las situaciones conflictivas lo endulzábamos con diálogos o secuencias más desenfadadas.
¿Se pensó como una trilogía El mismo amor, la misma lluvia, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda?
Se dio como una trilogía, pero no se pensó como tal. Lo que se fue ampliando fue el contexto. En El mismo amor, la misma lluvia, es un individuo que no tiene familia ni nada, en El hijo de la novia, se pone el énfasis en la familia sanguínea y en Luna de Avellaneda se centra en la colectividad, en la pertenencia a un grupo de personas. El crecimiento, no tanto como guionistas, sino como personas —hay una gran diferencia entre los 38 y los 45 años— nos llevó a tratar diferentes situaciones de la vida. El resultado han sido estas tres películas, que abordan distintos aspectos de la experiencia vital de las personas.
Cuenta en el reparto con Ricardo Darín y Eduardo Blanco, dos actores consolidados que han trabajado con usted desde El mismo amor, la misma lluvia. ¿Qué es lo que más le gusta de ellos como profesionales?
La verdad es que hay muchas cosas en Darín y Blanco que me gustan. Hay algo que un realizador no puede dirigir que es el sentido del humor de las personas. Por ello es fundamental que los actores con los que trabajo tengan el mismo sentido de la comedia. Y ellos lo poseen. Por otra parte, proporcionan un ambiente relajado y carente de conflictos en el rodaje, lo que hace que trabajar con ellos sea cómodo y agradable. Pero lo más importante, y que descubrimos en El mismo amor, la misma lluvia, es que tienen una química notable entre ellos.
Completan el reparto Valeria Bertuccelli, Mercedes Morán, Daniel Fanego y Atilio Pozzobón, con la participación especial de José Luis López Vázquez. ¿El proceso de elección de actores fue rápido o barajaron muchos nombres antes de ser elegidos?
Fue un proceso largo, no solamente por el reparto de actores sino también porque hicimos casting incluso a los extras del carnaval, no a los 700 pero sí a 100 de ellos. Difícil de elegir fue Alejandro, el personaje «malo» de la película, interpretado por Daniel Fanego. Realizó un trabajo extraordinario porque es un personaje incomprendido y que tuvo que ganar un debate a Darín en pantalla como actor, algo muy difícil. Cualquier actor que aparece frente a Darín en la pantalla desaparece, y realmente lo que hace Fanego es increíble. Los cinco personajes que fueron escritos para los actores fueron los interpretados por Darín, Blanco, Bertuccelli, Morán y Pozzobón. Finalmente, contar con José Luis López Vázquez añade un enorme valor al film. Es un actor que ha trabajado en 267 películas, es uno de los grandes actores del cine español. Tiene, además de ser un gran actor, esa característica de las estrellas de cine: la cámara puede ver, a través de sus ojos, su alma.
Además del guionista Fernando Castets, con el que forma un tándem de lujo viendo el éxito de sus últimas películas, ha colaborado también Juan Pablo Doménech. ¿Cómo se organizaron los tres a la hora de escribir el guión?
Durante tres o cuatro meses fuimos al club para conocer el día a día de un club social, su realidad cotidiana. Nos dejaban estar en la reunión de la Comisión Directiva, en las clases de danza, en los partidos de baloncesto… Después nos sentamos un mes en un bar e hicimos la estructura de la historia. El primer boceto. Ahí ya nos separamos y cada uno escribe escenas por su cuenta, coordinándonos cada cierto tiempo para retocar y reescribir las secuencias.
El cine argentino se redescubrió en España gracias a filmes como El hijo de la novia o Nueve reinas… ¿Cuál es, según usted, el secreto de su éxito?
Creo que hay dos elementos a tener en cuenta para explicar ese «auge» del cine argentino. Por una parte, en los noventa se multiplicaron las escuelas de cine en Argentina. Hay 15.000 estudiantes de cine en el país, por lo que por simple estadística de esa cantidad surge una calidad. Por otra parte, el abaratamiento de los medios, con el vídeo digital, la alta definición… Este año ha sido el año que más películas se estrenaron en la historia: 62 filmes en total. En el terreno de la interpretación, también hay una gran cantidad de escuelas de actores y es conocido que Buenos Aires es una de las ciudades con más teatros del mundo.
Pau Vanaclocha
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