(4) EL REGRESO, de Andrey Zvyangintsev.

LA INFANCIA DE IVÁN
Debut cinematográfico de un realizador siberiano de complicada biografía -actor escénico, aficionado al jazz, director de teatro experimental, superviviente de una época de penuria tras la liberalización económica rusa, portero de una finca y realizador de spots televisivos-. Su primer largometraje, El regreso, causó gran sensación entre los críticos presentes en los festivales de Venecia y Gijón, donde obtuvo importantes premios.
Lejos del sentido del espectáculo, de la sentimentalidad superficial y de la moraleja gratificante del modelo hollywoodiense dominante, aquí se reclama la participación, a la vez inteligente y emocional, del espectador, no para que se identifique pasivamente con los personajes de la historia, sino para que efectúe, desde una cierta distancia reflexiva, una lectura y una interpretación de su propia cosecha.
El sentido profundo del film hay que indagarlo, pues el ascetismo de sus imágenes no admite más explicaciones que las estrictamente necesarias a partir del punto de vista de Iván, el muchacho rebelde, que con su hermano Andrey emprenden un viaje iniciático a una isla lejana y solitaria, con aprendizaje sobre la vida, la naturaleza y la muerte, de trágicas consecuencias.
Planos recortados, especiales, de la barca hundida y de la colección de fotos familiares abren y cierran, como anticipo de futuro y como recopilatorio del pasado, un film que me apunto ya como uno de mis favoritos del año, protagonizado por sólo cuatro personajes, un microcosmos integrado por el padre, los dos hijos y una madre situada a un nivel más lejano y con escasa participación.
Película que llama la atención, en primer lugar, por el insólito rigor de los encuadres, la precisión de las focales utilizadas y por la belleza suprema de la fotografía los norte ruso -lagos, bosques y montañas-, elementos icónicos que se evidencian como signos esenciales desprovistos de todo aditamento superfluo o meramente ornamental. Perfecta integración, pues, entre signos y significados cuya articulación ha de indagar el espectador en la línea de ese cine realizado por otros grandes autores que se revelan aquí, implícitamente, como favoritos del realizador: Ozu, Bresson, Tarkowski y el Antonioni de La aventura.
Cine “panteísta” en el que paisajes y hombres adquieren una significación de idéntica relevancia, en donde los personajes se encarnan y se funden en medio de la naturaleza. Sabia, desnuda y rigurosa puesta en escena que constituye una soberbia lección de cine y en la que casi nadie ha sabido ver una demoledora metáfora sobre la situación actual de la Rusia postsoviética, con una mirada inquisitiva que incluye también el pasado más reciente del país: un padre desaparecido durante doce años, fecha de la caída del régimen comunista; las diferentes reacciones del hijo obediente y del inconformista tras preguntarse por las razones de las órdenes paternas; las necesidades materiales básicas satisfechas a cambio de una completa sumisión; la isla del tesoro escondido como mito de riqueza y felicidad; castigos y recompensas; hermetismo e incomunicación de la autoridad; sacrificio y sufrimiento como precio de la sabiduría; un futuro incierto, sin metas concretas, mera supervivencia sin posibilidad de acudir a referencias democráticas de tipo histórico, económico o social -se pasó directamente de la esclavitud a la dictadura-. Los actores, fabulosos.
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