(3) TRIPLE AGENTE, de Eric Rohmer.

EUROPA, AÑOS 30
La nueva película de Rohmer se adscribe al ciclo “Tragedias históricas” inaugurada por La inglesa y el duque, caracterizado por un revisionismo histórico que puede discutirse si corresponde a una derecha reaccionaria o si es consecuente con una postura crítica enemiga de todo dogmatismo, con una marcada tendencia al escepticismo, cuando no pesimismo, ante los hombres y sus actuaciones colectivas.
En esta ocasión, el cineasta francés centra su atención en los convulsos y complicados años 30, inspirándose en los casos reales de la misteriosa desaparición de dos diplomáticos pero inventando personajes, situaciones y diálogos. El gran mérito de Triple agente es el haber articulado un doble discurso: por un lado, el contexto histórico europeo de la segunda mitad de los años 30, mediante la utilización de fragmentos de noticiarios y documentales de la época -la Francia del Frente Popular, la Rusia de los zaristas y los soviéticos, la Alemania nazi, la España de la Guerra Civil, etc.- y por otro lado, la esfera personal de una serie de personajes que viene dada a través de abundantes diálogos y que deja fuera de la pantalla, en una nebulosa, las verdaderas actividades de espionaje del protagonista.
A Rohmer no le interesan las verdades absolutas y la intriga nunca se constituye aquí en género, considerado un sistema expresivo demasiado esquemático, eludiendo las acciones ajenas al ámbito familiar para privilegiar la reflexión sobre los acontecimientos colectivos, estableciendo en torno a la idea del complot una visión dialéctica entre realidades y mentiras, mezclando la vida cotidiana de los protagonistas con hechos históricos de la importancia del pacto entre Hitler y Stalin en 1939, con una motivación pacifista que indignó a no pocos comunistas del mundo entero.
Rohmer utiliza una vez más su estilo “invisible” para narrar, situando la cámara en la posición menos forzada y estableciendo los planos-contraplanos según criterios de necesidad psicológica. El realizador construye una ficción dramática en la que coexisten y se superponen puntos de vista diferentes: el relato en tercera persona, presuntamente objetivo, con los documentales y con la voz en off del propio Rohmer explicando el trágico destino final de los protagonistas; el relato en primera persona, suministrado tanto por la pintora, sumida en el desconcierto y la sospecha, como por Fiodor que, en sus diálogos, materializa una visión subjetiva de cuya verosimilitud debemos dudar.
El resultado es una complejidad e incertidumbre que favorece una total ambigüedad tanto en el terreno de lo político como en el ideológico y profesional. Prueba de esta ausencia de certezas en el film es la polémica sobre los gustos artísticos establecida entre los protagonistas y sus vecinos. La paradoja, contraria a la realidad histórica, de que los comunistas opten por un arte de vanguardia mientras los exiliados zaristas practiquen una pintura adscrita al “realismo socialista”. Además, Rohmer oscila estilísticamente entre sus raíces culturales ligadas a la fenomenología y su condición de cineasta moderno, consciente de que el lenguaje fílmico debe ser elaborado meticulosamente con la intención de propiciar un discurso dotado de un sentido determinado.
Triple agente es, pues, una película de múltiples contradicciones enriquecedoras entre discurso político y hechos históricos, entre sentimientos y conductas, entre ideologías y motivaciones personales.
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