(4) ARARAT, de Atom Egoyan.

EL GENOCIDIO ARMENIO
Si uno de los momentos más impresionantes de la obra maestra de Elia Kazan, en gran parte autobiográfica, América América (1963) era el episodio de la persecución del pueblo armenio por los turcos, Ararat sitúa esta tragedia histórica en el centro de atención del excelente cineasta canadiense Atom Egoyan, quien junto al protagonista Chalres Aznavour comparte antecedentes familiares en esa región de Asia Central, Armenia, donde un pueblo sin Estado propia ha visto históricamente repartidos sus habitantes entre las soberanías de Turquía, Irán y la antigua U.R.S.S. (cuyo territorio logró la independencia en 1991).
El pueblo armenio despertó casi siempre los recelos de sus dominadores, especialmente los turcos, por sus peculiaridades: lengua propia y religión cristiana, predominio de comerciantes y funcionarios, presencia de partidos clandestinos defensores de la indepedencia nacional, etc. Estas circunstancias provocaron una cruel y generalizada represión -dos millones de personas entre muertos y exiliados- con ocasión de la I Guerra Mundial ante el temor del apoyo armenio a la gran potencia enemiga que era Rusia.
La película de Atom Egoyan es un ejemplo más de “cine dentro del cine”, pues narra el rodaje de un film sobre la masacre del pueblo armenio y al diáspora correspondiente, basándose en el libro de un testigo presencial, Un médico americano en Turquía (1917), todo ello contemplado desde el presente como un ejercicio contra el olvido, como un rescate de la memoria y un logro de la conciencia histórica.
Esta evocación de los antecedentes del propio Egoyan se complementa y adquiere pleno significado con una serie de personajes que componen todo un testamento emocional en el que ocupa lugar preferente la voluntad de rescatar las raíces, empeño cuyo símbolo más evidente será la imagen recuperada del monte Ararat, lugar sagrado ubicado en la Turquía oriental.
La modernidad y complejidad del cine de Egoyan se hace aquí patente: no interesan las psicologías sino los conceptos, el relato se torna en cierto modo distanciado, merced a la diversidad de historias, la fragmentación de tiempos, la multitud de puntos de vista, la sutileza de sentimientos e ideas, así como por la presencia de arte como instrumento cultural para la comprensión y el compromiso.
En el film pueden observarse además dos estilos de representación bastante alejados: en la recreación histórica del holocausto prevalece un tono naturalista y más convencional, aunque cobra aquí especial relevancia la figura del artista superviviente Arshile Gorky, que pintó un famoso cuadro en Nueva York a partir de una foto suya y de su madre. Todo lo referido al presente, sin embargo, está mostrado con un lenguaje más moderno y seguramente es lo que ha interesado más al realizador por materializar la reflexión sobre el pasado y su influencia en los diversos personajes de hoy.
Ararat es una magnífica y hermosa película sobre la búsqueda de la verdad, el sentido de la vida y el ansia de felicidad.
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