(3) LA VIDA, de Jean-Pierre Améris.

LA MUERTE
Cuarto largometraje de Jean-Pierre Améris, desconocido en nuestras pantallas, La vida obtuvo la Concha de Plata a la mejor dirección en el Festival de San Sebastián. Basado en el libro La mort intime, de la psicóloga Marie de Hennezel, su guión fue elaborado a lo largo de un año con la ayuda de una municiosa documentación, incluyendo la observación in sit. Jacques Dutronc y Sandrine Bonnaire, muy compenetrados en su labor, encarnan a un enfermo terminal y a una asistencia social voluntaria, traumatizada por la repentina muerte de su marido, que se encuentra en La Maison, una residencia donde llegan personas sin esperanza de curación.
Precisión psicológica y sobria realización para una historia narrada sin la carga metafísica de un Ingmar Bergman y sin la sensiblería habitual en esta clase de dramas, que aquí viene atemperada por una serenidad y un vitalismo -la residencia es a veces un lugar alegre y bullicioso- que resultan posibles por el uso sistemático de las elipsis para evitar la visión directa del tránsito de la vida a la muerte.
Abandono de familiares, miedo ante el final, adiós a los placeres de la existencia, angustia ante el misterio del más allá, rechazo de las personas sanas, malestar por la compasión ajena, sufrimiento físico y moral aliviado por la aceptación de la ayuda y el cariño de los demás… son circunstancias bien observadas por un film realizado con más dosis de ternura que aires de tragedia, con pequeños detalles de humor que evitan toda concesión al morbo, con la lección fundamental de que es posible llegar a un desenlace biológico con dignidad y sin miedo.
La vida es un ejemplo de cómo se pueden superar las barreras psicológicas para convertir a un hombre hosco y solitario en un ser solidario y amante de la compañía e incluso del contacto físico con los demás, con un renacimiento interior que le capacita para disfrutar los placeres del momento presente.
En un papel secundario aparece una anciana Emmanuelle Riva, la joven y atractiva protagonista de Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959). C’est la vie!
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