(4) LOS ESPIGADORES Y LA ESPIGADORA, de Agnès Varda.

ENTRE LA POBREZA Y EL DESPILFARRO
Con bastante retraso llega a nuestras pantallas este film rodado poco antes del año 2000 con un equipo reducido, economía de medios y gran libertad creadora. Fruto de la profunda sabiduría cinematográfica de Agnès Varda, este “documental de camino errante” nos ilustra de forma enciclopédica sobre la búsqueda y utilización de objetos que otros desechan, actividad a cargo de los llamados espigadores, recuperadores tanto de cereales, frutas y verduras, en el campo y en los mercados de la ciudad, como de los más variados objetos convertidos en chatarra de la era postindustrial.
Compendio de poesía de la vida cotidiana, Los espigadores y la espigadora es una sucesión de emociones, reflexiones, manifiesto del trabajo fílmico, vía de conocimiento y decálogo de moral social que cuenta siempre con seres humanos frente a la cámara y que permite múltiples lecturas de un discurso itinerante, a través de Francia, mediante el cual la realizadora pone en cuestión el despilfarro de la actual sociedad de consumo, pero también la necesidad de quienes tienen que espigar para comer, de quienes actúan movidos por un impulso ético y también de quienes recogen materiales para dar salida a su creatividad artística.
Desempleados hambrientos, coleccionistas de objetos insólitos, reparadores de electrodomésticos y artistas del azar son captados por Agnès Varda, una espigadora ella también con su cámara, atrapando a retazos la realidad, reflexionando no sólo sobre el propio lenguaje del cine sino también sobre su propio cuerpo con una mirada fatalista que descubre los primeros síntomas de la vejez, la decrepitud y su inexorable conversión en material de desecho.
No olvida la directora francesa acudir a las fuentes artísticas del tema que la ocupa, con especial atención a las pinturas sobre ambientes campesinos, concretamente el cuadro realista Las espigadoras (1957) de J. F. Millet, así como dirigir su mirada sobre la regulación jurídica de la propiedad de los productos y objetos abandonados y buscados unas veces como necesidad o como oficio artístico y otras como simple juego de azar.
La película, quizás una obra maestra, convierte a la singular cineasta en eje del relato, en testigo privilegiado y co-protagonista de un film que es a la vez documento socio-económico de la era postmoderna y autobiografía de una inquieta intelectual que pregunta y escucha, viaja, investiga, compara, piensa y se emociona. Su motor es la curiosidad y su vehículo la cámara que explora sin cesar, que alimenta el conocimiento y que revela el inexorable paso del tiempo. Posiblemente, desde El sol del membrillo no había sentido una fascinación similar desde la butaca de un cine.
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