(2) LOS NOVIOS BÚLGAROS, de Eloy de la Iglesia.

GAYS SIN FRONTERAS
Con esta adaptación fílmica de la novela del gaditano Eduardo Mendicutti, el vasco Eloy de la Iglesia regresa a la dirección de largometrajes tras el largo silencio que inauguró la finalización de La estanquera de Vallecas (1986). De la Iglesia fue un cineasta clave en la transición democrática española por dinamitar los límites de la censura, por realizar un cine tan osado y testimonial como oportunista y tosco, además de erigirse en principal provocador de las buenas conciencias con sus películas elaboradas en torno a la homosexualidad, las drogas, la marginalidad y la delincuencia.
En Los novios búlgaros el cineasta no ha olvidado su trayectoria e insiste en el tema de las relaciones homosexuales en el contexto de clases sociales, como hacía Fassbinder en La ley del más fuerte, centrando su atención en las diferencias entre Daniel, el acomodado burgués encarnado por Fernando Guillén Cuervo, y Kyril, el búlgaro inmigrante, interpretado por el efectivo actor Dritan Biba, que establecen un mero intercambio de servicios sexuales, protección y dinero, en una especie de mutua explotación consentida en la que no hay buenos ni malos de una pieza, donde los sentimientos son sólo una ilusión y donde el interés material convierte la pasión en simple quimera.
Producido por Pedro Olea y por Fernando Guillén Cuervo -que también participa como guionista- el film está bien realizado técnicamente y evidencia el empeño del director en esa visión realista de los conflictos a juzgar por la autenticidad de personajes, ambientes y escenas eróticas, aunque a mi juicio resultan discutibles algunos momentos en que se abusa de los tics amanerados que convierten a los gays en desmadradas locazas. Hay una dosificada mezcla de comedia y de drama, de humor y de dolor, en una historia de soledades, traiciones, celos y violencia en la que no es difícil captar una mirada cínica, llena de ironía, que alcanza su cénit en la escena en que “La internacional” se convierte de hecho en un himno de mariquitas sin fronteras.
Bien trazados, sólidos perosnajes, tanto el chapero búlgaro bisexual con novia incorporada, como el rico ejecutivo enamorado que pone en peligro su status, su profesión, su fortuna e incluso su vida. Un relato interesante aunque irregular, discutible cuando aparece la banda mafiosa del Este y el tráfico de uranio, pero que resulta bastante coherente desde el punto de vista de Daniel, cuya conducta y voz interior en off expresan, en palabras de Eloy de la Iglesia, la contradicción entre “una mentalidad de hidalgo y un cuerpo de perdida”.
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