(2) DRIPPING, de Vicente Monsonís.

EL NEGOCIO DEL ARTE
Debut en el largometraje de Vicente Monsonís, Dripping es una producción netamente valenciana, con filmación en interiores y exteriores naturales y emblemáticos perfectamente reconocibles y la participación entusiasta de numerosos colaboradores de nuestra tierra, entre ellos los actores Albert Forner, Paco Cano, Cristina Fenollar, Enric Benavent y Guillermo Montesinos, que han logrado el milagro de convertir un rodaje muy rápido en un producto dotado de innegable profesionalidad y solidez industrial.
Los protagonistas, sin embargo, son los foráneos Pep Munné y J. L. Galiardo cuyo acreditado oficio interpretativo contribuye poderosamente a dar empaque a una comedia que, por los escasos medios económicos puestos en juego, podría haberse quedado en una simple aventura cinéfila entre amiguetes. En Dripping, por el contrario, se advierte aires de cine mediterráneo gracias a sus dosis de vitalismo, socarronería y vivos colores en la fotografía, todo ello organizado desde un punto de vista dominado por la ironía y la sátira en torno al mundo del arte, con una serie de reflexiones que dejan lugar también a dos pequeñas subtramas protagonizadas por unos atracadores y unos okupas.
Dripping alude al concepto de pintura automática, la que se realiza al verter sobre un soporte los materiales cromáticos obedeciendo a las solas leyes del azar, procedimiento que en el film determina que el cuadro elaborado por Pep Munné venga a representar un fragmento de la propia biografía del autor. En ese sentido, el realto da pie a plantearse una serie de reflexiones sobre el oficio del artista y su entorno, condicionado o no por la independencia personal o por los encargos mercantiles, considerando si el proceso creativo es una cuestión de estética o de ética, de signos o de precios, si los resultados dependen del talento o de meros accidentes laborales, si las modas las determinan los valores plásticos o los intereses comerciales de las galerías de arte, si las exposiciones se deben a trayectorias consolidadas o a relaciones de índole más íntima, si el artista es un romántico idealista o un hábil calculador, si el análisis de las formas expresivas es una cuestión de semiótica o de simple camelo…
Vicente Monsonís apunta cualidades, gracia e inventiva, para convertirse en un buen narrador cinematográfico, pero en esta su primera película evidencia todavía carencias que se traducen, principalmente, en fallos de estructura en el guión, en la ausencia de líneas de interés debidamente potenciadas, en baches de ritmo y en falta de un desenlace convergente. A ello debe añadirse la excesiva caricatura, en detrimento de la verosimilitud, con que muestra al juez corrupto, con un pretendido estilo berlanguiano que no logra alcanzar sus objetivos.
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