(3) DOLLS, de Takeshi Kitano.

MARIONETAS DE LOS SENTIMIENTOS
El último film del director japonés Takeshi Kitano supone un hermoso homenaje al bunraku, el peculiar teatro nipón de marionetas. El prólogo y el epílogo expresan la esencia de ese drama humano que es ser víctimas de nuestros propios sentimientos, de la dependencia emocional que poseemos hombres y mujeres. La estructura de la película gira en torno a tres historias mezcladas entre sí con armonía y sensibilidad, cuyo nexo de unión es el arrepentimiento por el sufrimiento que ha causado un amante al otro, y las consecuencias de un amor loco.
No obstante, más que el argumento, se destaca el lirismo y el simbolismo de unas imágenes bellas, escogidas y editadas más por la capacidad de inspirar sentimientos y emociones que por dar coherencia a la narración. La naturaleza se muestra en todo su esplendor, desde la hermosa primavera hasta el entrañable otoño y el crudo invierno. En cierta medida recuerda a la pintura impresionista donde el color creaba figuras y fondos y provocaba respuestas en los espectadores. En algunos momentos del film parece que incluso la lógica desaparece, habiendo fallos de racord (¿voluntarios o involuntarios?) o el más absoluto silencio, como si sobraran las palabras. Es un silencio incómodo, pues sin sonido parece todo más intenso, como si la tragedia humana debiera padecerse en absoluta soledad. Y no es que el director se recree o tome partido en el sufrimiento humano sino que lo muestra tal y como es.
El relato está fracturado, no hay linealidad. Todo se mezcla: pasado y presente. Los flash backs explican cómo se llega a la situación actual y dan sentido a un mundo de incertidumbre y desequilibrio. Aparecen multitud de primeros planos de objetos aparentemente normales pero cargados de significados. Es el espectador el que elige cuál.
En Dolls no existe acción. Existen sentimientos y reflexión. Los personajes maduran ante nuestra presencia, y dudan tanto como dudamos nosotros al ver sus comportamientos y sus reacciones. Ellos y nosotros nos enfrentamos a ese final inevitable, muy alejado del final feliz preconizado por Hollywood.
Takeshi Kitano nos ha sorprendido positivamente: ha sido capaz de pasar de un cine espectáculo basado en la recreación de la violencia, véase Brother, a un cine artístico basado en la plasticidad y la contundencia de las imágenes y un romanticismo que huye de tópicos y clichés. Su propuesta al respecto es que el amor puede ser más destructivo que las armas. Es el destino, lo inevitable, las emociones, lo que más daño puede hacer al hombre.
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