(3) AMEN, de Costa-Gavras.

DIPLOMACIA VATICANA
Al escándalo surgido con motivo del estreno de la obra teatral El vicario de Rolf Hochhuth, en 1963, se ha unido la polémica que en el pasado Festival de Berlín propició el cartel anunciador de la película, con la imagen de una esvástica fundida a una cruz. El tema de la pieza escénica y del film de Costa-Gavras alude al supuesto antisemitismo del Papa Pío XII, a su silencio cómplice ante el Holocausto judío, que la diplomacia vaticana y también la del bando aliado prefirieron ignorar por prudencia y cobardía en el primer caso y por razones de estrategia militar en el segundo.
Frente a esta situación histórica de enorme gravedad y trascendencia, el film presenta a dos luchadores guiados por sus convicciones éticas pese a militar en bandos opuestos: un oficial nazi, el personaje real de Kurt Gerstein, encargado de suministrar el gas letal a los campos de exterminio, y un joven sacerdote jesuíta italiano, una ficción narrativa que conecta, por su honestidad y sacrificio, con el inolvidable cura de Roma, ciudad abierta. Militar y eclesiástico pugnan por dar a conocer al mundo las prácticas genocidas del III Reich movidos por unos resortes morales, ambos como católicos, que se enfrentan a los intereses coyunturales del Vaticano y de los EE.UU. en una licha desigual en la que lo más digno del ser humano se enfrenta sin éxito a designios y estrategias de orden jerárquico superior.
Amen, que plantea angustiosos dilemas en unos tiempos históricos difíciles, nos hace reflexionar sobre el necesario compromiso de todos en la defensa de la libertad, la justicia y los derechos humanos cuando el silencio es complicidad y la pasividad significa tolerancia cuando no simple colaboracionismo. Una película, pues, de gran impacto e importancia que examina las relaciones entre religión y política, casi siempre conflictivas cuando no inconfesables.
Costa-Gavras se manifiesta aquí, una vez más, como un consumado artífice de un cine político básicamente preocupado p’or la eficacia de la denuncia. No es un fino estilista porque con frecuencia sacrifica la brillantez y la estética a la contundencia comunicativa en una puesta en escena a veces algo esquemática que privilegia la claridad de los mensajes. Pero en esta ocasión hace tal acumulación considerando las virtudes de su última obra.
A la calidad del film han contribuido, especialmente, dos actores tan magníficos como Mathieu Kassovitz y Ulrich Tukur, así como una serie de virtudes narrativas entre las cque cabe destacar el uso de elipsis a la hora de sugerir el exterminio de judíos y la atormentada personalidad de los dos protagonistas, sumidos en una especie de esquizofrenia moral, escindidos entre el deber de obediencia a sus superiores y al fidelidad de sus conciencias.
Ante una película como Amen parecen superfluas las polémicas que habitualmente acompañan al cine de Costa-Gavras: ¿cine de testimonio o de tesis? ¿constatación o demostración?, ¿crónica o panfleto? Yo lo tengo claro. Primero hay que verla y, después, discutirla.
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