(3) MONSTER’S BALL, de Marc Forster.

EL CORREDOR DE LA MUERTE
Tercer largometraje de Marc Forster, un suizo de 32 años afincado en USA, Monster’s ball es un film rodado en escenarios naturales, en sólo 21 días, con presupuesto limitado y con excelentes actores que recortaron sensiblemente sus emolumentos para interpretar este drama situado en el profundo sur de Estados Unidos, una sociedad rural en cuyo seno se desarrolla esta implacable crónica de frustración, tristeza y soledad, y en la que se barajan conceptos cotidianos como el racismo, la ley y el orden, la violencia y la pena de muerte.
Un guión preciso y complejo de Milo Adicca y Will Rokos, sin concesiones fáciles a la comercialidad, describe de forma directa y esencial a unos personajes atormentados, de ingrata convivencia, cuyo calado humano se nos hace patente rehuyendo todo recurso narrativo de tipo retórico y sensiblero. El encuentro entre tres generaciones de policías, guardianes de prisión, y la viuda de un negro condenado a muerte pone en evidencia las carencias afectivas de los personajes, especialmente la necesidad de amor de los dos protagonistas, en un contexto social y familiar dominado por el odio y la agresividad, así como amenazado por la presencia constante de la muerte: pena capital, accidente mortal, suicidio, silla eléctrica, tumbas, etc.
Un relato magníficamente elaborado mediante secuencias de corta duración, hecho de silencios y de miradas más que de diálogos, siempre concisos, que hace frente a la fatalidad de un trágico destino con elementos positivos a los que se aferran los protagonistas en un canto a la vida, al perdón y a la esperanza de una intensidad emotiva que hacía tiempo no veíamos en las pantallas.
Película de escasa acción exterior pero de plena ebullición interior, Monster’s ball presenta la muerte de los hijos como circunstancia de catarsis que cambia el destino de los padres, que los impulsa a relacionarse, a superar sus prejuicios y a intercambiar unas confidencias que les van a servir de terapia y de redención.
Relato austero pero intenso que plantea el dilema entre autodestrucción y vida, apostando claramente por la segunda como una tabla de salvación, con una entrega al amor capaz de borrar toda huella de angustia. A destacar las magníficas secuencias en que interviene el abuelo, tanto su encuentro con Leticia en casa como su internamiento en un hospital, aunque tampoco debe olvidarse la forma con que se muestran las escenas de sexo, tan explícitas como justificadas: el rápido y mecánico polvo con la prostituta deja paso a la dilatada y apasionada sesión amorosa entre los protagonistas. En este caso la cámara se aleja en algunos planos, como buscando un cierto distanciamiento, pues la pasión carnal no sólo es aquí una manifestación de lujuria sino sobre todo un modo desesperado de vencer la soledad.
Posiblemente, uno de los mejores films del año.
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