(4) LA CASA DE LA ALEGRÍA, de Terence Davies.

UNA MALA REPUTACIÓN
Producción británica, rodada en Glasgow, adaptación de la novela de Edith Wharton —autora también de La edad de la inocencia, brillantemente llevada al cine por Martin Scorsese— y que narra el fulgor, decadencia y muerte de la protagonista, una joven atractiva que pasea sus errores e indecisiones en medio de la alta sociedad de Nueva York entre 1905 y 1907, acabando por ser víctima de la hipocresía, los prejuicios y la crueldad de la clase privilegiada a la que pretende asimilarse y que no perdona los fallos de los arribistas que no son ricos como ellos y que con la excusa de un falso escándalo determina su repudio e inevitable perdición.
Una vez más, el terrible dilema entre intereses y amor, entre conveniencia y sentimientos, entre razón y pasión en un relato ejemplar e intensamente melodramático, pero sin efectismos folletinescos, que nos habla de sacrificios y renuncias, de sufrimientos y envidias, de calumnias y venganzas. Un excelente film que se apoya en tres virtudes fundamentales: la precisión matemática de los diálogos, la meticulosa dirección de actores y la acertada ambientación, con fidelidad en vestuarios, decorados y mobiliario de la época.
Un ritmo pausado, centrado en la descripción psicológica de los personajes, una cámara sin gratuitos alardes técnicos y una puesta en escena que cuida cada detalle del plano conforman un estilo narrativo que se subordina enteramente al lucimiento de unos actores excepcionales entre los que cabe destacar a Guillian Anderson, la heroína de Expediente X, en el papel de Lyly Bart, al desgraciada muchacha condenada a un proceso de empobrecimiento, itinerario cuya injusticia y dramatismo denota sutilmente la escena de mitin callejero donde se alude a la opresión de los zares y a la miseria y humillación del pueblo ruso.
La casa de la alegría destaca no sólo por su elegancia y perfección formal, sino también por su eficacia para despertar ternura y piedad donde sólo parece haber distanciamiento y frialdad narrativa. Completa el acierto una cuidada banda sonora musical con bellos fragmentos de Haydn, Mozart, Rossini y, especialmente, un adagio de Benedetto Marcello que erige en leiv-motiv de la película.
Hermosa, lúcida y emotiva, ocupará para mí uno de los lugares destacados entre los estrenos de este año.
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