(3) HEDWIG AND THE ANGRY INCH, de Cameron Mitchell.

EL FRUTO DEL AMOR
Hedwig and the angry inch es la adaptación fílmica de un musical de Broadway, gran éxito de público y de crítica, que fue elaborado a base de monólogos y de canciones, un espectáculo definido por sus autores como de rock neoglam postpunk. Convertido en película gracias a la productora independiente Killer Films, responsable de Velvet Goldmine (1998) y Happiness (1998), y a la fecunda colaboración entre John Cameron Mitchell y Stephen Trask, se narra las desgraciadas peripecias de Hensel, un adolescente de Berlín oriental que, para casarse con un sargento USA, se convierte en transexual tras una operación quirúrgica chapucera que le dejará una pulgada de virilidad. Roto su matrimonio, se convertirá en cantante de rock y adoptará en EEUU el nombre artístico de Hedwig, buscando sin cesar el éxito y la fama, pero también y especialmente la propia identidad y el amor.
Frente al optimismo vital de otras muestras del género, incluyendo al paródico film pionero del musical gay The rocky horror picture show (Jim Sharman, 1975), el film se inclina por la mezcla de melodrama y de relato biográfico para mostrar el fracaso profesional y sentimental de la protagonista, no a través de unos hechos dramáticos significantes, sino mediante la sucesión de números musicales y de canciones que sirven a la perfección para la exteriorización de concretos estados de ánimo.
El resultado es una película apasionante que rinde homenaje a Lou Red, David Bowie, Iggy Pop, Dolly Parton, etc. y que se sirve de algunas secuencias de dibujos animados para evocar ciertos mitos y leyendas de la cultura oriental y helénica en su reflexión sobre la sexualidad humana y la explicación de sus diversas tendencias, lo cual contribuye a que comprendamos mejor el drama personal de Hedwig, con su incesante búsqueda de su otra mitad, de la felicidad y la paz interior, todo ello convertido en sueños de imposible realización.
Con su discurso moderno, sintético y brillante, Hedwig and the angry inch es una película tan patética como sincera y auténtica —su profunda melancolía la aleja de otras muestas del género más apegadas al marketing— que nos habla de la división de las dos Alemanias, del señuelo del mundo libre, de las ilusiones perdidas, de la traición, de la soledad y del fracaso. También nos ilustra sobre el falso oropel del mundo del rock y sobre la cara menos amable del negocio del espectáculo, representados aquí por la mediocridad y el anonimato en locales de tercera categoría.
Una película, pues, demoledora, pesimista y trágica, pero muy creativa y fascinante.
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