(4) LA PIANISTA, de Michael Haneke.

LA DOBLE VIDA DE ERIKA KOHUT
Otra magistral lección de cine a cargo de Michael Haneke, una adaptación de la novela homónima de Elfriede Jelinek, película galardonada con el Gran Premio del Jurado en el reciente Festival de Cannes, donde también fueron reconocidos Isabelle Huppert como mejor actriz y Benoît Magimel como mejor actor. Una vez más, el realizador austríaco aborda temas como la violencia y el sexo no para elaborar un espectáculo gratificante, irreal, según las reglas de los géneros sino para provocar una emoción auténtica a través de un conocimiento real.
La protagonista absoluta del film es Erika, profesora de piano en el Conservatorio de Viena, personaje que observamos en profundidad tanto en sus relaciones con su madre como las que mantiene con un joven alumno. Ámbito familiar, círculo profesional y esfera privada generan distintas pautas de comportamiento, pese a estar estrechamente entrelazadas: víctima de una madre castrante y dominadora en uan singular convivencia neurotizante; profesora seria y severa en clases y en conciertos, donde la cámara fotografía con rigor las ejecuciones de partituras de Schubert y Bach especialmente; psicópata en sus relaciones íntimas, abocadas al sadomasoquismo y al voyeurismo, enferma en sus sentimientos por carencia o insanía de afectos y fatalmente condenada a la locura.
Haneke demuestra su capacidad de análisis del alma humana diseccionando con una cámara convertida en bisturí los sutiles mecanismos que rigen las conductas y las relaciones interpersonales, en este caso las de una esquizofrénica que compensa las represiones, frustraciones y carencias de su vida con fantasías perversas que materializa a modo de refugio para huir de una realidad que la aterroriza. Erika sufre y hace sufrir a los demás, proyecta al exterior sus propios horrores, ahogada por el dolor y la soledad, en un inevitable proceso de autodestrucción.
Crecida en un ambiente familiar turbio y enfermizo similar al que ya diseñaron agudamente Aldrich en ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) y Borau en Furtivos (1975), la protagonista es el eje narrativo de un discurso fílmico complejo, frío en apariencia, lleno de penumbras y contradicciones; la miseria písquica y moral en medio de un país nadando en la prosperidad; el patetismo del hogar frente a la brillante tradición musical vienesa; el esplendor y lirismo del arte musical frente a la insana pasión de la profesora, uniendo así lo más sórdido y lo más sublime: la delicadeza melódica como encubridora de prosaicos intereses, envidias y celos profesionales, etc.
La brutalidad del relato, su capacidad para bucear en rincones inexplorados del alma humana, podría hacerlo insoportable para el espectador pero la maestría de Haneke sabe combinar sutilmente horror y diversión, drama y comicidad, resaltando las múltiples facetas de la vida en un relato lleno de una ternura subterránea, casi imperceptible, que despierta la compasión del espectador. El propio realizador explicaba, en ese sentido, que la película podría provocar alguna risa: cómplice y de reconocimiento en aquellos capaces de identificarse con aquellas escenas relativas a la cotidianeidad de la existencia; nerviosa e incluso histérica como válvula de escape en aquellos necesitados de neutralizar el impacto de lo intolerable.
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